No me cabe Kamchatka en la maleta
Nadaba plácidamente en la piscina de mi hotel cuando una niña de unos 10 años se acercó hasta la orilla y me interpeló.
– ¡Oiga, señor!
Me di la vuelta y me acerqué hasta ella. Traía un balón de plástico en la mano. Se inclinó hacia la piscina y me lo tendió.
– Tome, le regalo este balón. Mi madre me dijo que no nos cabía en la maleta.
Algo perplejo por el ofrecimiento, no supe cómo reaccionar y a duras penas le di las gracias. Ella soltó la pelota como quien se quita un peso de encima, dio media vuelta y se fue corriendo.
El balón era un globo terráqueo. Lo observé detenidamente y pensé: «¿A quién se le ocurre que el mundo pueda caber en una maleta?».