Una obra de arte de matrícula
Esta quizás sea la matrícula más artística que jamás haya visto. Tintes post-impresionistas colgados de una furgoneta.
Esta quizás sea la matrícula más artística que jamás haya visto. Tintes post-impresionistas colgados de una furgoneta.
Hace unos días murió Walter Cronkite, considerado durante años el hombre con más credibilidad de la televisión estadounidense. Muchos se preguntaron entonces quién sería su sucesor. La revista Time quiso preguntárselo a sus lectores, y en una encuesta informal, el preferido fue Jon Stewart, el presentador del Daily Show, el único programa de la televisión de Estados Unidos que veo.
En un mundo en el que todos nos tomamos demasiado en serio, Stewart ofrece una mirada distinta de la realidad. Cuenta las noticias con humor e ingenio, diciendo lo que quizás muchos piensan pero nadie se atreve a decir. Ve pasar al emperador desnudo y no se calla. Desenmascara la jerga absurda de los políticos que muchos periodistas reproducen ciegamente sin ningún tipo de crítica y pone al descubierto el sesgo de los diferentes medios de comunicación.
Pese a estar hecho en clave de humor, el Daily Show ha ganado premios periodísticos tan prestigiosos como el Peabody a la excelencia por su cobertura de las elecciones del 2000 y 2004, así como el galardón de la Asociación de Críticos de Televisión en la categoría de noticias e información en 2003 y 2005, por delante de programas de información tradicionales.
Ya el año pasado, el New York Times se preguntaba si Jon Stewart era el hombre más creíble del país, y en 2007 la American Journalism Review extraía algunas lecciones que los medios tradicionales deberían aprender de este comediante. El artículo terminaba así:
«En medio de una transición, nuestra industria zozobra. Nuestra credibilidad se resiente. El público piensa que somos sesgados pese a que somos reacios a hablar claramente. Nuestros diarios parecen rancios. Quizás el Daily Show nos pueda enseñar poco, pero sí recordarnos muchas cosas: no subestimes a tu audiencia. Sé relevante. Y sé arrojado».
Parece que la información y el humor no están reñidos.
Puede que Barack Obama quiera paz para todo el mundo y que rechace la violencia, pero de ahí a que no mate ni una mosca, eso no me lo creo. La imagen vale más que mil palabras.
Estaba sentado en el último banco de la iglesia cuando se me acercó una señora setentona, de rostro enjuto, piel blanquísima y ojos claros. Llamó mi antención y de una bolsa de plástico color verde botella sacó un sobre rojo manuscrito. Me lo entregó. «Lealo por favor», dijo mientras esperaba de pie a que terminara de leerlo.
El anverso del sobre decía:
«Presidente Barack Obama
The White House
1600 Pennsylvania Ave.
Washington D.C 20500»
En el reverso ponía lo siguiente:
«Este sobre representa a un niño que murió en un aborto. Está VACÍO porque esa vida no pudo ofrecer nada al mundo. La responsabilidad comienza con la concepción. A usted le dieron el derecho a la vida. Por favor, deje que todos los no nacidos reciban ese don precioso de DIOS».
Cuando terminé de leer, levanté la vista y ella me respondió con una sonrisa bondadosa.
«Si está de acuerdo, no tienen más que ponerle un sello y su remite, y envíelo así, como está, vacío».
Había visto muchas veces pegatinas como ésta, pero cuando vi esta otra version, entendí gráficamente por qué el himno de Estados Unidos tiene versos como «And the rockets’ red glare, the bombs bursting in air» o «O thus be it ever when freemen shall stand between their loved home and the war’s desolation!».
Si hay algo admiro de los estadounidenses es su patriotismo. Siempre les he envidiado ese fervor por su país y el amor a la bandera y los ideales que representa. Y pensaba, ¿Cómo lo harán? Ahora ya sé.
Catita jugó el sábado su primer partido de fútbol con los Lightnings. Después de calentar, una voz por megafonía llamó a todos a levantarse: «Could you please raise for the playing of the national anthem». Se hizo un silencio sepulcral y empezaron a sonar los acordes de «The Star-Spangled Banner», mientras ondeaban las barras y estrellas. Al terminar, tronaron los aplausos.
El domingo por la noche, hablaba con Catita, y le preguntaba si se sabía el «pledge of allegiance». Sin titubear y con la mano en el corazón, empezó a pronunciarlo:
«I pledge allegiance to the flag of the United States of America and to the republic for which it stands, one nation under God, indivisible, with liberty and justice for all.«
Me impresionó escuchárselo a mi hija de cuatro años. Y ahora lo entiendo.