Capítulo 5
Al pisar el barco vio una silueta deslizándose suavemente, confundiéndose entre sombras. Callado, caminó hacia ella intentando no tropezar, disimulando la fragilidad que sentía, ahogando la ansiedad de aquel momento.
Suspiró varias veces. Paso tras paso imaginaba posibles diálogos. De pronto estuvo cerca de la silueta, podía tocarla, podía olerla e incluso saborearla. Era ella; no podía ser cierto. ¿Por qué ahora? ¿Por qué cuando había decidido cerrar aquel pasaje de su vida? ¿Es que acaso el destino estaba empecinado en llevarlo siempre al mismo lugar?.
Estaba harto. Si el destino lo había llevado hasta ahí, en ese puerto terminaría todo. Tenía una blusa con flores azules y estaba más bonita que nunca.
-¿Susana? -la voz fue apenas un murmullo. Ella ni le miró. Sentada en el borde de la cama, miraba con expresión preocupante, el cuerpo temblaba bajo las sábanas, febril. Miró sobre su hombro para ver de quién se trataba, y entonces comprendió. Se vió delirando bajo sus cuidados.
– ¿Seguirá a mi espera? No lo sé, tampoco espero que lo haga, pues mis esperanzas están mermadas, sólo espero que sea feliz, ha destruido mis recuerdos. No siento; sólo pruebo el amargo sabor de la muerte. Deseo volver, el mundo no es para ángeles.
El no entendía nada de lo que Susana estaba diciendo. Parecía con fiebre y no entendía esas frases crípticas, pero en esa situación tan onírica se le iluminó la mente y se dio cuenta de que era la oportunidad de quedarse con ella para siempre, de cuidarla, de darle el amor que nunca le había podido dar. Así que salió a la cubierta del barco y soltó amarras, sin saber a dónde le llevaría ese viaje. Se iba con Susana y eso era de lo único que estaba seguro, seguro de que era lo indicado. Se dio cuenta de que también había soltado las amarras de su miedo y que, aunque éste seguía revoloteando a su alrededor, él tenía que seguir caminando. la historia tenía que terminar.
La brisa silbaba algo que sonaba a libertad. La costa, cada vez más distante, le sugeria que su anterior vida había concluido. Posiblemente perdería el trabajo, había que empezar de nuevo, pero a esas alturas entre el mar y Susana todo el panorama se le despejaba. Se acordó de la nota de Susana, del beso con Amanda y prefirió pensar que todo había sido un efecto secundario de sus pastillas y que ante sí tenía la aventura de su vida. Susana y él solos en el mar.
Entonces sacó sus pastillas, las trituró y dejó que el viento se las llevara de las manos, cuando oyó a Susana que gritaba su nombre. Bajó al camarote. Tomó la mano de Susana, le clavó la mirada en los ojos y con un hilo de voz dijo:
– Nunca más nos separaremos, Susana.
No había terminado la frase cuando se escuchó un estrepitoso golpe.El barco se estremeció como si se hubiera partido. Subió rápidamente a la cubierta, jadeante. Sentía que sus pulmones se quedaban secos. La quilla del barco se había estrellado contra una plataforma petrolera. Se había abierto una vía en el casco y la bodega se estaba llenando de agua. Bajó al camarote y alertó a Susana.
Él se atropelló en sus explicaciones. Ella respondió sonriendo:
– Siempre odié la historia de Titanic y me resisto a replicarla, completó mientras lo tomaba de la mano con fuerza, y lo llevaba nuevamente a cubierta. Tras su espalda alcanzó a ver el camarote inundado y a ella tumbada en la cama abrazada a él. Y es que a Susana nunca le costó tomar decisiones.
Él le dijo:
– No nos separarán nunca – como presintiendo un final, un final que ni él podía imaginar, final que ni las pastillas, ni la abstinencia, ni su carga de conciencia, y el deseo de que todo acabe, de que todo mejore podía elaborar.
Y así, de la nada, en medio de esa situación extrema, se escucharon unas carcajadas. Procedían de uno de los camarotes del barco, que seguía yéndose a pique. Agarró a Susana de la mano y se dirigieron hacia la puerta. Seguían escuchándose risas estridentes. Tocaron a la puerta y múltiples voces al unísono dijeron:
– Adelanteee.
Se miraron con incredulidad y entraron en el camarote. Había decenas de personas mirando la pantalla de una computadora. Estaban tuiteando.
– Susana, no puede ser, no puedo creerlo.
En la pantalla pudieron leer los tweets de su historia. Miró a Susana íncredulo; aún no podía creer lo que estaba viendo. ¿Qué broma era aquella? Se sentían como marionetas en manos de internautas caprichosos que los llevaron por vericuetos insospechados, situaciones extremas que los colocaron al borde del abismo.
Una ola inmensa, con toda la furia posible , dio de pleno en el barco moribundo. Agarrado a la mano amada y con el agua al cuello vio cómo todo ese mundo virtual y real se ahogaba con ellos. Todo se hundió engullido por mar. Se hizo la calma. Se escuchó el graznido de una gaviota. Y de la superficie emergió la pantalla del ordenador, todavía encendida, y un tweet escrito: «terminálo vos».
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