El agujero del calcetín
Casi había terminado de vestirme. Sólo me faltaban los calcetines. Esculqué el cajón en busca de un par y saqué unos de color negro. Me los coloqué con parsimonia. «Oh, qué es eso». Con estupor, descubrí un agujero de unos dos centímetros de diámetro en la zona del empeine. Lo miré con una mezcla de desdén y enojo. «Bah, malo será que me pase algo y me tengan que quitar los zapatos… ahí se quedan». Salí a la calle todo ufano. Poco después, ya había obliterado de mi memoria la existencia de la oquedad infamante.
Por la tarde tenía que llevar a mis hijas a un cumpleaños. Llegamos al lugar. Era un gimnasio infantil. Me disponía a entrar al tatami cuando leí un enorme cartel. «Por favor, quítese los zapatos». ¡Glup! (disfruto mucho esta onomatopeya). El orificio de la vergüenza iba a quedar al descubierto. Tenía que idear una estrategia para ocultarlo y sortear las miradas de varios padres inquisitivos.
Se me ocurrió reubicar el calcetín para que el agujero quedara en la planta del pie, a la altura de la fascia plantar. Brillante. A partir de ahí, sólo fue cuestión de calcular meticulosamente cada uno de mis pasos para evitar poner en evidencia la perforación (por la que, por cierto, se colaban gélidas ráfagas de viento cada vez que zarandeaba mi extremidad).
Ahora estoy nuevamente ante el cajón de los calcetines y me asaltan varias dudas. ¿Quién me asegura que no cometí un desliz inconexo, un error humano que exhibió mis carnes y me puso ridículo? Y si alguien lo vio ¿pensará que acostumbro a lucir prendas con buracos? Me asustan las respuestas a estos interrogantes. Creo que voy a dejar de usar calcetines.
si es que aquello de que no hay nada oculto que no llegue a saberse es verdad…jajajajaja
bettyboop
A mi me pasó en el colegio, en clase de gimnasia. Me topé con un agujero enorme a la altura del talón. Intenté correr sobre el tatami arrastrando los pies.