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Cuatro años después de la última cita todo sigue igual. Hay un halo de idílico romanticismo que empieza en Concha Espina y acaba ya casi en Plaza de Castilla. Ambiente de día especial en la parroquia, refrendado por la vía rápida cuando Bruce Springsteen toma el escenario pocos minutos después de las nueve de la noche al grito de ¡Madrid! y los 55.000 asistentes enloquecen con las manos en alto en una hipérbole loca del concepto de rock de estadio. Quien quiera que lo inventara pensaba en el hoy y el ahora capitalino.
Cierto es que el sonido igual no está a la altura de las circunstancias, pero esta es una cuestión que queda arrasada por el avasallador ímpetu hercúleo del amigo americano y su E Street Band mientras encadenan ‘Badlands’, ‘My love will not let you down’ y ‘Cover me‘ y, al caer la noche, el estadio Santiago Bernabéu vive una de esas jornadas de regocijo en las que, oh, el balón ni empezó a rodar ni se le espera.
Con tanto jolgorio casi se difumina el concepto de este ‘River Tour’ que se basa en celebrar el 35 aniversario del disco ‘The River’ (aceptemos pulpo como animal de compañía si la premisa es el festejo). Pero el maestro de ceremonias esta noche lo tiene claro y suenan ‘The ties that bind’, ‘Sherry darling’ y ‘Two hearts’ de aquel lejano 1980, las tres chapurreadas malamente pero con vehemencia por el gentío que ya a estas horas no tiene nada que perder.
Los malos tiempos vienen y van al grito de ‘Wrecking ball’, que precede a la introspección de ‘My city of ruins’, antes del sonriente delirio de ‘Hungry heart’ y ‘Out in the street’, durante el que se derramaron más litros de cerveza de lo rutinariamente aconsejable. Y también es verdad que se repartieron muchos más abrazos de los que habitualmente cualquiera de nosotros daría. ¿No se trata al final de eso?
La locomotora de la E Street Band parte la Castellana en dos (convengamos que más bien por martillazo que por sutileza) con ‘The promised land’ y ‘Trapped’. Y los ojos se anegan con ‘The River’ y ‘Point blank’ y un mar de smartphones tratando de registrar lo inregistrable: la emoción de unos tipos tocando música eterna en directo.
El ‘River Tour’ se torna ‘Born in the USA Tour’ con ‘Downbound train’, ‘I’m on fire’, ‘Darlington county’ y ‘Working on the highway’. Cuatro canciones seguidas de un disco de 1984 no parece lo más aconsejable para reivindicar el presente, pero es que resulta que los parámetros habituales no sirven para medir la dimensión de este Bruce Springsteen que tiene al personal bien agarrado en sus brazos cuando le canta la pizpireta ‘Waiting on a sunny day’, rematada después por el honky tonk de ‘Johnny 99’.
Y ‘Because the night’ rompe el coliseo en mil añicos. Y ‘Spirit in the night’ revitaliza con su ‘gospel-rock-de-estadio’ antes de la solemne pomposidad de ‘Human touch’ y ‘The rising’, preludio de ese ‘Land of hope and dreams’ ceremonioso que pone fin a la generosa primera parte del recital tras 25 canciones. Pero no se vayan todavía porque aún hay más.
Esa es una de las cosas que los fans de Springsteen más aprecian. Es verdad que pueden confundir la velocidad con el tocino, calidad con cantidad, y es cierto que esa obsesión por cronometrar los conciertos es claramente insana. Pero tiene su gracia. Más aún si recordamos que el oficiante cuenta ya con 66 años, a pesar de lo cual ni él ni sus compinches parecen tener intención de retirarse a sus aposentos. Ni en general ni en esta noche en particular.
Porque queda aún un extenso bis en el que los títulos hablan por sí solos: ‘Born in the USA’, ‘Born to Run’, ‘Glory days’, ‘Dancing in the dark’, ‘Tenth avenue freeze-out’ y ‘Bobby Jean’. Resulta complicado hacer consideración alguna a estas alturas y la capacidad crítica se evapora cuando uno mira alrededor y solo ve gente exhausta a la par que sinceramente feliz. La consigna es clara: lo que diga Bruce y a todo que sí.
Por eso aún hay desparrame con la clásica versión de ‘Twist and shout’, que pone ya tras tres horas y diez minutos a la titánica tarea de la E Street Band. Pero el respetable tiene aún una última ocasión para corear ‘Thunder road’ con los brazos entrelazados y los pulmones expandidos hasta el infinito en esta noche de sábado en a ciudad que quizás no cambie el mundo, pero sí otorga galones y energías para lo que tenga que venir.
Porque vamos a ver, ¿al final para qué estamos aquí? Es evidente que reflexionamos de más sobre ciertas cosas, pero llega la noche del sábado y todos nos pegamos codazos para comulgar con los ojos cerrados. Y ese ímpetu hercúleo y maratoniano por la celebración es lo que desborda los sentimientos. No hace falta escribir tanto para llegar a esta conclusión. No lo penséis tanto, es muy sencillo: Bruce Springsteen está en la ciudad.
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