Se sientan a fumar bajo los puentes. Flotan, fuego que huye, sus caras con la brasa de los cigarros y exhiben papeles firmados por psiquiatras donde se asegura que están locos, pero en el reverso escriben poemas improvisados entre la basura de las ciudades, que les acunan como a perros callejeros.

Y llegan hasta nosotros desde gasolineras azotadas por el viento, con el pelo sucio, que no para de crecer como las malas hierbas, armados con libros manoseados, tabaco de liar y latas de cerveza.

Les estalla la juventud en el rojo de los pómulos, y en la boca una sonrisa blanca de mil dientes alineados, cierra el paso a los cínicos de la impotencia y el tiempo perdido.

Y les gotea la sangre y el sueño caminando a lo largo de las calles durante toda la noche por un filo de tinieblas. Mean, risa tonta entre coches aparcados, y rebotan carcajadas por las paredes como pájaros de la noche, rotas las alas contra el cemento hasta que remontan los abismos del coma.

Y se pierden por todo lo alto de las aguas negras que curvan la luz de las estrellas, que mecen con la misma ternura los planetas y el corazón de niños despiertos por una visión.

Entonces un psiquiatra desconocido asegura que están locos y que más vale que bajen de allí o tendrán que subir a buscarlos.

Pero ellos miran hacia otra parte y ruedan por bares de caña y bocadillo, como servilletas de papel entre patadas.

Beben sentados en el punto ciego de la mirada electrificada y vigilante de la bestia, mientras duermen las cifras, los códigos y las contraseñas.

Escapan de los coches de policía riendo bajo el agua de las piscinas, y con peces de colores entre los dientes, huyen arrojando piedras contra la mirada nocturna de los grandes almacenes.

Y le gritan a los camiones de la basura mientras buscan su hueco en la noche, el agujero donde esconder un hambre de cuadernos que no saben calmar, que no quieren calmar, y que les duele.

Y se arrancan vísceras de papel, dejando un rastro húmedo que brilla con el crepúsculo de un sol derrumbado hacia otro día, tan ajeno como el anterior y tan oscuro.

Perdidos-golpe de luna llena en laberinto de hospitales, ahogo de urgencias, fiebre de aparcamientos para minusválidos, y cafeterías flotando anémicas en la tarde.

Y son así de niños acurrucados en esquinas-frío, en remolinos de viento y hojarasca, sueño acunado por el olor-piel-cuello-madre.

Cuando  ladra su animal guía entre paredes y automóviles, ventanas y cornisas, tejados y cielos que tiritan la nieve de los aviones.

Arrojando poemas incendiarios al río para quemar el agua que se les echa encima.

Cuando trepan heridos por el tallo de la rosa para evitar la inundación.

Y son así de niños vendiendo licencias de payaso mientras caen por el cuello de la vaca, estampado-jirafa en la mirada, y risa dibujada entre manchas de ceniza.

Huyendo de lo desconocido por colinas, descampados, aparcamientos y desviaciones; en el viento que riza el envoltorio de los dulces bajo el tendido eléctrico y las torres de alta tensión.

Enferma la sombra de su cuerpo delgado al tocar la piedra y el cristal de los edificios inteligentes, son así de niños cuando pasan de largo por los pesebres del miedo y los abrevaderos de la plegaria,

y hambrientos, alzan la cabeza para buscar el aire que les levanta escalofríos,más allá de vuelo de los aviones y la soberbia de los ángeles.

Entonces, un psiquiatra desconocido nos grita que están locos, que no saben lo que hacen, que son peligrosos.

Y en ese momento… despegamos.

 

 

3 Responses to Niños Voladores no Identificados

  1. Enorme.
    Esta poesía quiero yo.
    qué bueno leerte, Toño.

  2. Me alegro haber encontrado tu blog gracias a Delia, y que hayas visitado el mío. Así disfrutaré de tus enormes textos despacito como debe ser.

    me encanta tu forma de decir

    besicoss

  3. Lidia dice:

    «Y se pierden por todo lo alto de las aguas negras que curvan la luz de las estrellas, que mecen con la misma ternura los planetas y el corazón de niños despiertos por una visión»…

    La locura del papel y una aparente desprotección, una travesura-travesía eterna cuya fuerza permite contemplar todos los peligros y a pesar de ellos, seguir volando.

    Mil besos, toño (el libro es fascinante)