Elige centro”, el lema de campaña bajo el que se presentaba Edmundo Bal, sugiere un carácter pasajero y ocasional de toda actividad política por parte de la ciudadanía, como si la forma de participar en la elección de nuestros gobernantes debiera limitarse a elegir una papeleta cada cuatro años por el método de “Pito, pito, gorgorito”. Como si lo normal fuera llegar ciegos ante las urnas para “elegir”, en el último momento, el pescado que mejor color tiene.

En cuando a la segunda palabra, no puedo dejar de pensar que es precisamente el sustantivo lo más insustancial de la expresión. En sentido estricto, el centro no tiene otra entidad que la geográfica. Es un lugar que se ubica por equidistancia con los extremos pero que, por lógica, ha de carecer de identidad propia en contraste con ambos a la vez.

En definitiva, obviar la identidad no es más que una forma de rehuir el compromiso político con la excusa de centrarse en los aspectos meramente técnicos de la gestión; como si la gestión se pudiera ejercer asépticamente, conforme a un modelo ideal-platónico al margen de las realidades sociales y las tensiones políticas o, lo que es peor, como si el modelo neoliberal de mercado no fuera más que la conveniente superstición de las élites económicas para mantener un determinado status quo y estuviera perfectamente libre de ideologías y al margen de cuantas catástrofes sociales ha ido provocando por todo el mundo, aplicado como tratamiento de choque desde la América de Reagan hasta el Reino Unido de Thatcher pasando por el Chile de Pinochet.

Ciudadanos es el Partido Popular sin corbata y el neoliberalismo es el fascismo sin pistolas, mientras todo lo que necesiten de la ultraderecha sea la labor del perro que vigila la propiedad. Quizá por ello, a la hora de fraguar pactos, les ha resultado mucho más natural descentrarse hacia la derecha.

Además de la jubilación anticipada, eso es lo que lleva Edmundo Bal en las alforjas de la Harley Davidson, ese lapsus freudiano con ruedas que representa el sueño del jinete libre y salvaje cabalgando hacia la puesta de sol, que estaría muy bien si no se diera la desagradable circunstancia de que la mayoría de la gente se está viendo obligada a vender la moto para comprar gasolina y no es libre ni siquiera para elegir cómo y con quién prostituirse.

Mi hijo, que aún no está en edad de votar, me soltó en cierta ocasión, viendo una entrevista a Carlos Carrizosa: “Si le miras a los ojos, ves que tiene los sueños muertos”.

Eso es Ciudadanos, el partido de los sueños muertos, de la Harley domesticada, de la apropiación de las ideas, del sometimiento de las palabras, del apaciguamiento del fascismo, de la renuncia a la utopía.

Si es cierto que Ciudadanos es aquel partido político “de laboratorio” que propugnaba Josep Oliu, presidente del Banco de Sabadell, cuando dijo aquello de: “Necesitamos un Podemos de derechas”, su lema permanente debería ser: “No se puede”. Y, efectivamente, no se ha podido.

 

Comments are closed.