La selección alemana escribió uno de los capítulos más brillantes de la historia de los Mundiales tras humillar (1-7) a Brasil, en su campeonato y ante su público, gracias a veinte minutos primorosos en la primera mitad que supusieron la humillación de la ‘canarinha’, indolente y sin argumentos ante la exhibición germana.
Alemania fue un rodillo, una máquina perfecta. Fiel a su historia, pero con el fútbol por bandera, el equipo bávaro puso en su sitio a la mezquina Brasil. Descuartizó la apuesta de Scolari y sentenció su presencia en la final, la octava de su historia y la posibilidad de levantar su cuarto entorchado, el primero desde la reunificación.
Los más veteranos recordarán a Matthäus, Klinsmann y Völler, aquél magnífico equipo que conquistó el último Mundial para los alemanes. La generación que acabó con Maradona en Italia’90 parece que ya tiene relevo. Y relevo con mayúsculas. A un escalón del título, Alemania se ha definido por la insistencia de su fútbol en la última década.
Perfeccionado por varios ajustes, y ayudado por el férreo bloque del Bayern de Múnich, los pupilos de Joachim Löw culminaron una nueva final tras la de la Eurocopa 2008, donde fue derrotada por España. Y de igual manera en 2010, cuando el cabezazo de Puyol dejó a Alemania sin premio en la semifinal de Sudáfrica. En el último Europeo, Italia se encargó de dejarles en el camino a un paso de la final.
En Belo Horizonte, los alemanes pasaron por encima de Brasil en 18 minutos que quedarán para la historia. Sin Neymar ni Thiago Silva, los cuales acusó en exceso la pentacampeona, la anfitriona perdió las pinzas que la sostenían en el Mundial.
Los penaltis ante Chile, en un mal partido, y la temprana ventaja ante Colombia, dieron licencia a Brasil para seguir su travesía. Un equipo militarizado, excesivamente jerarquíco y alejado del ‘jogo bonito’ que definió el ‘futebol’ brasilero por los siglos de los siglos. En nada se parece Fred a Ronaldo o Romario, fantasía pura.
Müller abrió la cuenta a los 11 minutos, tras rematar sin oposición un córner en el corazón del área. El gol pareció activar a los de Scolari, pero ocurrió todo lo contrario. Klose, diez minutos después, consolidó la apuesta germana con el 0-2, una diana con sabor histórico pues le convierte en el máximo goleador en la historia de los Mundiales (16).
A partir de ahí se desencadenó la tormenta. Un doblete de Kroos, próximo refuerzo del Real Madrid, y otro de Sami Khedira –a puerta vacía– secaron a una Brasil que rozaba la desidia y que, más allá de haber acusado la presión, demostró no tener un patrón de juego, una idea para frenar el desembarco bávaro.
LA SEGUNDA PARTE NO MAQUILLA LA HUMILLACIÓN
El descanso no cambió el escenario para los locales, cuya afición llegó a pitarles mediado el segundo acto. Las pocas ocasiones de Brasil las detuvo Neuer con destreza y –para colmo– la goleada engordó a quince minutos para el final. El ‘blue’ Schürrle dio el estoque con un doblete, el segundo gol de inmensa belleza.
Ahí murió Brasil, que pudo incluso haber encajado el octavo en botas de Mesut Özil. Finalmente fue Oscar quien marcó el gol del honor, el más triste de la historia del fútbol brasileño. Alemania, con muchos quilates, ya está en una nueva final. Nada queda de una Brasil que fue borrada del mapa en un partido para la eternidad.
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