Que las apariencias importan es un axioma que heredamos casi desde nuestros primeros padres, pero es que en los últimos tiempos hemos incorporado a nuestro imaginario una variante peligrosa: que las apariencias no sólo importan más que la realidad, sino que son la propia realidad.
Antaño, quienes tenían preocupación por no hacer ostentación de su virtud eran aquellos a los que se suponía buena gente, ya saben, aquello de la Cuaresma y eso, que no se note, que no se note que has hecho ayuno todo el día. Al malo, en cambio, le gustaba fanfarronear, ir pegando tiros por las calles y generar una fama que acongojara al personal. Pero eso era en las ciudades sin ley del género western.
Erigido el imperio de la Ley, el malo prefería ser discreto para cometer sus fechorías en la impunidad, al menos si deseaba poder hacerlo durante algún tiempo. Recuerdo aquella película en la que Denzel Washington interpreta a un mafioso de nuevo cuño en las calles de una gran ciudad que abronca a uno de sus matones por hacer alarde y ostentación en público; unas pocas escenas después su mujer le regala un abrigo más propio de una vedette que de un mafioso de su altura pero olvida sus propias normas y asiste a un combate de boxeo con él puesto. Es en ese momento y no antes cuando la policía le hace unas fotografías que luego precipitarán su detención.
Quizá en este caso el personaje podría tener una disculpa romántica pero hace tan solo unos días los delirios de grandeza han dado de nuevo con los huesos del “Chapo” Guzmán en la cárcel. El mayor traficante del mundo, consciente de su “grandeza”, quería no sólo protagonizar sino producir él mismo un largometraje que lo inmortalizara al frente de los mirmidones, digo de los camellos. Esperemos que sea el narcotraficante más grande de verdad y no haya otro que sí sepa de qué va la vaina y esté frotándose las manos en el más puro anonimato. Pero de qué sirve tanto dinero y tanta maldad si no puedes pasearla por los morros de los demás. La ostentación del delito al poder.
Gran canalla el “Chapo”, pero no el único. Esto se extiende como una infección derivada del autorretrato o el selfie. La democratización de la cultura no es posible porque ser culto es un actitud (horror, suena a puro management) pero la fama sí puede ser anhelada y adquirida por todo el mundo, sin necesidad siquiera de televisión, basta con proponérselo. El denominado “tonto autorretratado” comienza a brotar por la meseta globalizada. Paradojas de la postmodernidad. Lo que importa ahora es retratarse, no en lo que a ideas se refiere, eso no por favor, qué vulgaridad. Lo que importa es autorretratarse uno físicamente, no esperar a que venga alguien de fuera y te diga lo malo y feo que eres. Leo en internet que un delincuente común buscado por la policía en Estados Unidos ha mandado una foto nueva a la comisaría porque la que veía en los carteles no le convencía. La nueva, al más puro estilo wanted -con gafas de sol, corbata y morritos- es la buena. La policía le ha agradecido el gesto pero le pide que se presente en persona para comentar las fotos junto con los cargos que tiene pendientes. Este tipo de maleantes merecen ser encarcelados pero no en la celda de canallas, a estos en la de tontos autorretratados.