El panadero de la ONCE

Conocí a Roberto hace por lo menos ocho años. No soy muy de tradiciones gastronómicas pero a la vuelta de misa un día de “todos los santos” me acerqué a una panadería para comprar un postre especial. El panadero tenía buena mano para la repostería porque el mostrador estaba lleno de dulces que llamaban gratamente la atención del paladar. Eché el ojo a unos buñuelos de viento con una pinta estupenda y pregunté el precio a aquel calvo que se parecía un poco al Gárgamel de los pitufos. La cifra que me dio me pareció tan elevada que no sólo me fui sino que lo hice jurando en arameo. ¡Qué barbaridad! Ni me acuerdo de cuánto era pero sí se me quedó grabado que mantener las tradiciones cuesta mucho, por eso seguramente estén desapareciendo.

Con el tiempo iba con frecuencia a por el pan y en apenas dos minutos Roberto siempre me ofrecía recién horneada una crítica del sistema capitalista en la que no dejaba títere con cabeza. Mientras el chino de la esquina colindante crecía, la panadería de Roberto se ahogaba. Muchos nos creíamos caballeros andantes por hacer el esfuerzo de pagar los céntimos de más que costaba la barra de Roberto. Cada vez abría la persiana antes y la cerraba más tarde pero lo de los chinos era 24 “agüers” y contra eso no podía competir.

A veces atendía una de sus hijas, que había sido gemela, “había sido” no porque a la otra le hubiera pasado algo sino porque Roberto se separó de su mujer y en el reparto les tocó una a cada uno. Pero aquello no estaba hecho para ella. La veía de vez en cuando retirar de la pared a una chica en top less que a su padre le gustaba poner. Sería un recordatorio de aquello que debería haber sido y no fue. Con la pasta que ganan ahora los talleres mecánicos… y sin chinos que les hagan la competencia, debía pensar.

Desde que me mudé a otro sitio voy a otra panadería. Roberto apenas era ya un atisbo de una vida anterior cuando al entrar en un supermercado para hacer la compra me lo encontré de frente todo maqueado con boletos de la ONCE. Me saludó por mi nombre como siempre y me miró con cara de circunstancias, como diciéndome “ya ves, hasta aquí ha llegado la cosa”. Me acerqué y le dije que me diera un par de números con la paga y eso. Me los dio doblándolos con mucho cuidado como si estuviera entregándome ya el premio. El sorteo era ese mismo día. Por la noche lo miré y no había tocado nada. El premio había sido volver a ver a Roberto, un ejemplo de tenacidad y humildad al que la vida parecía decir: “¡No hay manera de tumbarte, cabrón!

2 comments for “El panadero de la ONCE

  1. Pichuli
    12 enero, 2016 at 9:37

    ¡Buen texto!

    • Álvaro Lucas
      13 enero, 2016 at 14:21

      Gracias, Pichuli.

Comments are closed.