Ojos que no ven, sociedad que se resiente

Hasta hace unos días, “el ahorcado” era para mí un juego que consistía en adivinar una palabra antes de que, trazo a trazo, tu contrincante terminara de dibujar un cadalso con un monigote colgando. Quizá a lo mucho tenía en el recuerdo grabados esos intentos de linchamiento, tan habituales en las películas del Oeste como infructuosos porque algo ocurría siempre que favorecía la fuga del condenado.

Todo ha quedado borrado ya en mis recuerdos, eclipsado por la imagen real de una persona colgada -ahorcada- de un puente sobre una carretera de mi ciudad natal, Pamplona. Coches de policía y un camión de bomberos acordonaban la zona a la espera del forense y el juez. Mientras tanto aquel cuerpo pendía de una cuerda, no así su vida, rota ya contra el aire comprimido de una mañana soleada de agosto sin corazón. “No miréis, no miréis”, es lo primero que se te ocurre decir teniendo el coche lleno de niños. Después te das cuenta de que ocultar esta realidad es lo que hacen los medios por el denominado efecto Werther al que dio origen la novela de Goethe en la que el poeta se quitaba la vida. Muy popular entre los jóvenes, muchos de ellos se suicidaban de forma parecida al protagonista. “No miréis, no miréis”.

Y te entran ganas de gritar “Mirad, mirad. Hay personas que se quitan la vida”. Pero se te ocurre ya tarde, pasadas las horas, no el impacto, cuando buscas alguna información sobre el suceso, pero de las tragedias del alma no informan ni siquiera los periódicos más locales. Dicen las estadísticas que son más que las resultantes de accidentes de tráfico o por el tabaco.

¿Quién sería aquel hombre? ¿Qué le llevaría a tomar tan cruda e irreversible decisión? ¿Por qué tuvo la fuerza de sostenerla en el tiempo? Colgarse de un puente no se improvisa. ¿Tendría familia? ¿Mujer e hijos? ¿Tendría algún problema de salud grave? ¿Algún problema económico imposible de subsanar? ¿Tendría miedo de algo o de alguien? ¿Tendría miedo de sí mismo? ¿Dejaría alguna nota escrita? Desde luego no hay mensaje más nítido que colgarse de un puente por el que pasan cientos de coches a diario. ¿Sería un grito de rabia o impotencia queriendo ser escuchado? ¿Habrá cientos de personas haciéndose las mismas preguntas que yo?

Leo que el suicidio en 2019 era el mayor problema de salud pública en Europa y que en el mundo se suicidan 800.000 personas al año según la OMS. Pero poca gente es consciente de ello porque se oculta. En nuestra civilización de muerte no se admite una manera de morir tan poco estética, tan poco higiénica, tan… incontrolable, teniendo como tenemos ya a nuestro alcance una “muerte digna”.

Cada vez se nota más ajustada la soga alrededor de nuestro propio cuello como comunidad. Pensamos que es una corbata porque somos civilizados pero ojos que no ven, sociedad que se resiente. Ríete tú de los talibanes más feroces.