Contigo me tocó la quiniela

Miguel era del Barça y yo del Madrid. Cada lunes nos pintábamos la cara, sin concesiones. La mía últimamente reflejaba más colorido, claro. Era un tío grande en todos los sentidos. Si no le conocías imponía respeto pero si te acercabas un poco a él descubrías un pedazo de pan, de los de antes, de los que costaba acabar porque tenían mucha miga. Miguel era bedel de mi universidad, con lo que era difícil no charlar con él un rato a diario. Preparaba el café para los profesores, hacía miles de fotocopias al día, andaba siempre arriba y abajo. Josemaría Carabante, mi compañero de despacho, siempre comenta que a Miguel había que decirle que no tenías prisa en que te diera las fotocopias porque así te las hacía lo antes posible. De lo contrario amenazaba con ceñirse a los tiempos establecidos por “ley”.

En su idas y venidas paraba de vez en cuando en nuestro despacho, estancia de apenas unos metros cuadrados compartidos por Josemaría y por mí, y se montaba un cisco de los buenos. Era una fiesta cuando venía Miguel. Hasta los alumnos que pasaban se sorprendían de nuestras carcajadas. Desde hace un par de años veníamos haciendo la quiniela juntos cada semana. Una apuesta sencilla, nada de despilfarro. Lo justo para retarnos a comprobar quién sabía más de fútbol, él siempre me ganaba aunque nunca acertábamos, sólo una vez nos quedamos a poco de embolsarnos unos cuantos miles de euros. Nos encantaba despedirnos el viernes simulando que el lunes ya no volveríamos a vernos salvo para repartirnos el premio.  “Lo que íbamos a disfrutar”, decía. “Lo que he disfrutado ya contigo, Miguel”, digo yo ahora.

Hace un par de semanas le ingresaron en el hospital por lo que parecía una cosa menor. Tenía muchos dolores y estaba de capa caída. Parecía haberse contagiado de la mala racha de su querido Barcelona. Estuvimos con él en el hospital e incluso cayó una quiniela, hecha mientras paseábamos con Gema por los pasillos del hospital. Gema, qué mujer. En la sala de espera nos contaba a Josemaría y a mí cómo empezaron a salir juntos con catorce años en el pueblo. Sus hermanas y primas mayores no se lo habían puesto fácil porque Miguel causaba estragos, pero ella se llevó el gato al agua. La pena es que no hubieran tenido hijos, nunca le pregunté por ello. Conociéndole seguro que era algo que le habría hecho muchísima ilusión. Pero se volcaba con Gema y ella con él. Todos sus amigos y compañeros habíamos sido testigos cuando tan solo un mes antes habíamos estado con ellos en el tanatorio por el fallecimiento de su padre. Gema organizaba y atendía a todos, Miguel sabía que estaba en buenas manos, en las manos y en los brazos en los que reposó su último suspiro.

Pasados apenas unos días le diagnosticaron un cáncer muy agresivo que, atacándole a traición, apenas le permitió reaccionar. La última vez que le fui a ver los médicos habían perdido ya toda esperanza de que se le pudiera tratar. Llegué a la habitación y me quedé en un rinconcito porque me sentí como un ladrón de su intimidad. Su madre en silla de ruedas lloraba cogiéndole de la mano a un lado de la cama y en el otro Gema le abrazaba y le besaba mientras él apenas podía respirar. No podía creer que aquello estuviera pasando. Gema me dejó unos segundos con él para despedirme pero no tuve valor de entrometerme, sólo me atreví, desde un sitio en el que él no podía ni percibir que estaba, a hacerle un par de caricias en la frente. Luego salí huyendo. A las dos horas me llamaron para decirme que mi amigo Miguel había fallecido.

Miguelón, contigo ya me había tocado la quiniela. Espero poder cumplir la deuda que tenía pendiente y encontrarnos allá arriba, disfrutando los dos del mejor premio, del mejor título.

2 comments for “Contigo me tocó la quiniela

  1. mmira
    11 mayo, 2016 at 13:38

    qué bonito Alvaro, seguro que Miguel está disfrutando este artículo desde el cielo

  2. Ester del Río
    17 mayo, 2016 at 9:45

    Muy bonito Álvaro!!

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