El número de muertos por el terremoto de 6,3 grados en la escala de Richter que el martes sacudió Christchurch, en el sur de Nueva Zelanda, ha ascendido a 75, mientras que el de desaparecidos se mantiene en 300, según ha informado el alcalde de la ciudad, Bob Parker.
En apenas un día, los equipos de medicina forense han identificado a 55 de las víctimas mortales, por lo que se espera que en las próximas horas se conozca el nombre de las 20 restantes, siempre que no suba el número de fallecidos, según recoge la emisora estatal Radio New Zeland.
Entretanto, unas 120 personas han sido recuperadas con vida de los escombros, en parte, gracias a los mensajes enviados desde teléfonos móviles por los supervivientes a sus familiares o a los propios equipos de emergencia indicando su ubicación. «Estamos recibiendo muchos ‘sms'», dijo Russell Gibson, comandante de la Policía.
No obstante, unas 300 personas continúan en paradero desconocido, gran parte de ellas en el entorno de la Catedral de Christchurch, que quedó totalmente derruida, y de la sede de la cadena Canterbury TV. Así, las 200 personas que integran las patrullas de rescate se esfuerzan ahora por localizar a los desparecidos.
«La mayoría de la gente está atrapada en coches o bajo los escombros, por lo que esos son nuestros principales puntos de búsqueda. Obviamente, también hay muchas víctimas, pero nuestro objetivo es encontrar vida entre tanta muerte», apuntó Gibson.
Por su parte, el alcalde ha precintado el centro de la ciudad de forma indefinida y ha solicitado a los vecinos de la zona que permanezcan en sus casas para no entorpecer las tareas de búsqueda de los supervivientes.
En este contexto, el primer ministro neozelandés, John Key, ha declarado el estado de emergencia a nivel nacional, con el fin de agilizar la atención a los víctimas y la entrega de los recursos necesarios para recuperar la normalidad lo antes posible.
Este terremoto es la peor catástrofe natural que ha vivido el país oceánico en los últimos 80 años. Si bien, Nueva Zelanda está ubicado en una zona de fuertes tensiones sismológicas por los continuos choques entre las placas tectónicas del Pacífico y la Indoaustraliana, que producen una media de 14.000 temblores al año, aunque de una magnitud media.
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