Molinos

No había pasado buena noche y su lengua regateaba el mal aliento con un caramelo de menta. Escuchaba atentamente al asesor que se dirigía a él con el argumentario en ristre. Estaba acostumbrado a todo tipo de preguntas pero aquella… Desde que le hubieran dado el chivatazo la tarde anterior apenas había podido relajarse.

Después de unos minutos ensayando la respuesta llegó la hora. Salió a la sala de prensa sabiéndose la lección al dedillo. Se acercó al atril, tomó el vaso de agua y bebió un poco antes de mirar a los periodistas que se habían congregado en la estancia. Empezó a recibir múltiples disparos pero todos eran inofensivos. Tan sólo temía aquella bala de plata que inevitablemente llegaría. Al cabo de un rato alguien la disparó, directa al corazón, y aunque estuvo a punto de desvanecerse se rehízo a tiempo y contestó:

“Mire usted, lo que hiciera Don Quijote o dejara de hacer hoy con los molinos es una pregunta que habría que hacerle a él y como en estos momentos no está precisamente en condiciones de contestar creo que podemos dejarlo para otra ocasión”.

Al salir llamó a su jefe de gabinete y le dio dos instrucciones muy claras. “Consigue que se desmienta que Cervantes está enterrado en el Convento de las Trinitarias Descalzas y ordena retirar su retrato de la RAE”. Conforme se alejaba hacia el coche oficial se le podía escuchar cómo decía con desprecio: “Molinos, molinos… a tomar por culo los molinos”.