Esta mañana, mientras viajaba en el metro, he leído este párrafo de Paloma Díaz-Mas en su obra «Como un libro cerrado». En unas pocas líneas, la escritora rememora cómo ayudaba a su padre a revelar fotos en un taller casero improvisado.
«Una imagen vale más que mil palabras, dice el proverbio. Aquellas imágenes surgidas de mis manos, bajo la luz rojiza del Taller de los ocios de mi padre, valían en nuestra relación más que todas las palabras del mundo. Cada imagen era una historia que mi padre me contaba sin palabras, como quien cuenta un cuento; pero el cuento más hermoso era, precisamente, ver cómo la historia iba surgiendo sobre el papel: exactamente igual que cuando escribimos».
Asociar las palabras «taller» y «ocio» puede parecer una contradicción in termini pero me parece un bello contraste para denominar los ratos libres que pasa un padre con sus hijos, muchas veces sin la necesidad de hablar.
Bello párrafo de Paloma Díaz-Mas. El taller del ocio http://t.co/qs3LrXN2
Nada más evocador que una fotografía de infancia: en este caso es una evocación doble que transporta a dos tiempos.
Cierto, Eulalia. Precisamente, Paloma cuenta que las fotos que revelaba su padre a menudo eran instantáneas familiares. A mí me ha recordado las veces que mi padre me invitaba (en ocasiones era una invitación que no podía rechazar) a encerrarme con él en su despacho para leer y escuchar música clásica, sin mediar palabra, claro. Tenía la sensación de que sólo lo hacía conmigo y no con el resto de mis numerosos hermanos, lo cual me hacía sentir un privilegiado.