Hace apenas un par de semanas vinieron a mi casa dos rumanos, padre e hijo, para hacerme un apaño a unas humedades que había tenido en casa. Se presentaron a las 20.00 horas de la tarde, justo esa hora en la que cualquier familia con niños pequeños está deseando que ya no venga nadie (aviso para navegantes). Quizá por eso y porque tuve que cancelar una cena con amigos no les recibí especialmente bien. Los rumanos tienen mala fama, al menos esa es la impresión que me rondaba la cabeza en aquel momento, probablemente alimentada por las noticias de sucesos de la televisión y los periódicos (atracos, mafias, asesinatos).
No los perdía de vista. Menudo fastidio tener que estar ahí a unas horas en las que se supone que ya cierras el chiringuito de puertas hacia fuera, bañas a los niños, les das de cenar mientras ansías que llegue ese rato de esparcimiento en el que sólo existe uno y su mujer, y a veces también la televisión. Sorprendentemente, estuve un rato mirándoles cómo trabajaban y los tipos lo hacían con bastante rigor y concentración. Después de un primer intercambio de frases me enteré de que habían venido desde Soto del Real (no, la cárcel no) y por eso habían tardado un poco en llegar y, entendí, esa era la razón por la que no hicieron mucho caso a nuestras misivas indicándoles que vinieran otro día.
Al cabo de un rato, me decidí a ofrecerles un par de vasos de agua por si tenían sed y al menos mostrar así un poco de humanidad con unos trabajadores que hacían bien su labor. Luego quise ir más allá y les pregunté de dónde eran. “Timissoarra”, dijeron al unísono. Vaya, ese nombre me suena, pensé. Ya está. “Ceaucescu”, les dije mientras ponía cara de circunstancias. Los dos asentían –seguramente pensando que mi conocimiento de la política y cultura de su país era inmenso-.
Me habían empezado a caer bien aquellos tipos y me dije “voy a darles conversación” y empecé a pensar sobre qué podía hablar con ellos. “Gica Hagi”, pensé y lo solté así como si fueran pieles rojas en una reserva americana. “Hagi, Popescu, Ilie, Craioveanu, etc…”, me noqueó el hijo. Vaya, pues sí que sabía yo de futbolistas rumanos y de Timisoara y de Rumanía y luego que los rumanos tienen mala fama.
Pasados unos días busqué en la Wikipedia “Timisoara”, es la ciudad en la que comenzó la rebelión contra el dictador Ceaucescu en 1989 y el lugar donde nació Johnny “Vismuler” (lo escribo así porque ponerlo de otra manera sería un error). Tanta cultura y no tenía ni idea de que Tarzán, el mítico no el de Disney, era rumano.
PD: Días más tarde, en una comida de trabajo coincidí con una chica uruguaya. Cuando me lo dijo pensé en “Forlán” pero tuve la delicadeza de callarme la boca y tomé la decisión de devolver cuanto antes la tarjeta de “Gol TV”.
Yo tampoco lo sabía. RT @alvarolucas: Tarzán era rumano http://bit.ly/dJfMwg
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