El paraíso que vale la pena

«Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos». Así describe Cortázar, en su relato Continuidad de los parques, la disposición de cada persona a ponerse frente a frente con su interior, con su intimidad. Esa novela en la que cada uno es protagonista y lector al mismo tiempo. A mí también me gusta decir a los alumnos que sentarse en «la butaca verde» del escritor chileno es como zambullirse en las profundidades del mar que poseemos adentro. La mayoría de la veces en ese viaje nos acompaña un libro convertido en botella de oxígeno en el caso de los submarinistas más avezados.

Pero uno no es capaz de apreciar esta compañía fácilmente, porque no se concibe su usabilidad como la de un smartphone, al alcance de todo el mundo. Los libros no se imponen. Dice Pennac que leer es como amar o soñar. No se puede obligar ni a lo uno ni a lo otro. El mismo autor de Como una novela recuerda el ritual de la lectura cada día antes de acostarse lo más pequeños como ese momento en el que se inocula una pasión que según se alimente posteriormente puede o no convertirse en verdadero amor. Mis hijas pequeñas me recuerdan a su vez cada noche que debo cumplir «el Pacto», una promesa que hiciera ya hace mucho tiempo encadenándome así a su incipiente amor por las historias. «Ese momento de comunión entre nosotros», como lo denomina el propio Pennac. También utiliza otras bellas expresiones como «el regreso al único paraíso que vale la pena: la intimidad» o «una tregua al combate de los hombres».