He pecado contra el Prado y contra usted

Ayer asistí a la tercera sesión de un seminario que imparte Félix de Azúa en el Museo del Prado. Tras casi dos horas no me pude contener y envié un tuit. Sí, una de esas efímeras frases de 140 caracteres con las que uno cree decir al mundo algo interesante. Lo curioso fue que, justo en el instante posterior al envío, me sentí como si hubiera mentido o hubiera deseado  a la mujer del prójimo.

Fue entonces cuando me di cuenta de que con mi acto impuro había roto el equilibrio y la armonía que estaba viviendo junto con otras tantas personas en aquel templo sagrado. La mayoría de los que allí vamos no nos conocemos. Es probable que apenas tengamos algo más en común que una cierta inquietud por la filosofía del arte y por la persona que dirige el seminario. Uno puede dejarse llevar por la curiosidad de saber algo más sobre los que comparten su viaje; o si lo prefiere, bebida el agua de la sabiduría, emprende veloz el vuelo sin mirar a los lados.

Pensaba en ello y me vino a la memoria un breve programa que cursé hace años en una conocida escuela de negocios. No pude evitar sonreírme. Recordé que en la primera sesión ya disponíamos de un listado con información laboral detallada de todos los que allí estábamos. Si uno se esmeraba un poco podía reconstruir la vida y milagros de cualquiera de los compañeros, incluso con fotografías obtenidas en las redes sociales. Podías hasta enamorarte de la Directora de operaciones de una gran multinacional para luego dejarla por la socia de una consultora de gran prestigio sin ni siquiera haber tenido tiempo de hablar con ninguna de ellas. Al parecer, lo que teníamos en común no era la “clase” sino la mera posibilidad de relacionarte. Aquello era una hoguera de las vanidades en la que los mismos organizadores a la entrada te facilitaban un “hashtag” con el que tuitear cuantas más veces mejor. No había misterio, no había aventura. Era el exhibicionismo por el exhibicionismo, pornografía relacional.

Por eso hoy quiero confesarme, padre Azúa, he pecado contra el Prado y contra usted. Apiádeseme de mí e impóngame como penitencia contemplar algunos cuadros de Cézanne y leer algunos ensayos de Baudelaire.