El pasillo de aquel centro comercial era interminable. Había entrado uno a uno en casi todos los establecimientos sin encontrar nada que mereciera la pena. En la esquina… una pastelería. Decidió entrar y, después de observar un rato, escogió un bombón suelto. Se acercó al mostrador para pagar y, sonriendo, la dependiente exclamó: «Un bombón no se vende… se lo regalo».