Estaba pensando que el metro es como un gran ascensor cuando se ha sentado a mi lado Teresa. Lleva un vestido morado sobre unos leguins negros y el pelo despeinado de color cobrizo. Se ha puesto a leer un libro bastante extenso que al inicio de su página 278 decía algo así como que «ahora creo que no es exactamente amor». Me hubiera gustado leer más para saber si aquello no era amor qué podía ser, pero en ese mismo instante Teresa ha estornudado. Como estamos en un ascensor gigante me he visto en la obligación de responderle con un «Jesús» que ella ha agradecido aunque no sin cierta sorpresa. En «Cuzco» ha entrado Javier y se ha encajado en nuestra línea de asientos como una pieza de puzzle. Hemos quedado tan pegados que he preferido leer antes que seguir observando. «No se permite fumar. El límite de carga admitido por este ascensor es de 400 kilogramos. En caso de urgencia puse el botón de alarma…».
Hace unos años cogía un tren de cercanías todos los días. Ese tren iba bordeando el mediterráneo hasta que rozaba Barcelona. A las 7 de la mañana lo único que se me ocurría pensar es que ese tren nos llevaba a un manicomio y que no nos enterabamos…