Cuando era pequeño veía el despacho de mi padre como un santuario en el que había que estar en silencio. En algunas ocasiones porque el hecho de encontrarse allí había sido motivado por haber protagonizado alguna gamberrada con o contra alguno de mis hermanos. En otras porque una estantería habitada por cientos de libros y cedés de música clásica presidía la estancia. Uno de aquellos me ha venido a la memoria tras visitar la exposición de Monet, recientemente clausurada en el Palacio de Correos, frente a la diosa Cibeles. Se trataba de Diario del impresionismo, editado por Ediciones Destino con textos de Maria y Godfrey Blunden traducidos por René Luria.
Recuerdo que en aquel libro se contaba la historia de decenas de artistas que se rebelaron contra el orden establecido. La mayoría eran unos muertos de hambre en cuyos bolsillos sólo guardaban la seguridad de estar proponiendo al mundo unas ideas que iban a revolucionar el arte.
Una seguridad que era contrarrestada por la crítica recogida en los medios de comunicación de la época, entre ellos Le Figaró en cuyas páginas escribía Albert Wolff: “Es un nuevo desastre. Cinco o seis alienados, entre ellos una mujer -por Berthe Morisot- un grupo de desgraciados tocados por la locura de la ambición, se han dado cita para exponer su obra. Hay gente que se desternilla de risa antes estas cosas, pero yo tengo el corazón oprimido”.
Cuando paseaba por las salas de la exposición me acordaba de aquella lectura y de cómo las aventuras de aquellos artistas aceleraban el latido de mi corazón de adolescente por cómo cambiaban el modo de ver el arte hasta el punto de que las emociones se imponían a la lógica de los colores establecida hasta el momento, de manera que un árbol podía ser violeta o el cielo del color de la mantequilla fresca. La búsqueda de la verdad participada pero no ahogada por los afectos. La naturaleza percibida por la razón a través del corazón.
Lo curioso es que la rebeldía de Monet hoy proporciona paz y serenidad al visitante de la exposición. El artista atrapa en sus lienzos el instante en que la niebla se apodera del paisaje. Cuántas veces se ha apoderado esa niebla también de nuestras almas. El artista se erige en un dios que susurra al oído que él se encuentra en la barca. Parece dormido pero esa es la verdadera rebeldía. Él ostenta el poder y, al admirar su obra, el mar de nuestro interior recupera la calma.
“Monet es un ojo, pero menudo ojo”, dirá Cezanne. Es un ojo que percibe la luz de manera prodigiosa y crea nuevos colores. Monet es un rebelde creador que terminó poniendo el foco en su jardín, en su puente japonés y en sus nenúfares. Monet regresó al silencio como yo he regresado al lado de mi padre.