«¿Tú que piensas Eugenia? ¿Volvemos a hacer el mismo trayecto de siempre? ¡Cómo te gusta! ¿eh?». «¿Has visto a ese tío? ¿Le abrimos la puerta o le fastidiamos?». «Cuéntame algo ¿no? Siempre te tengo que dar conversación yo…».
Al cabo de ocho horas de soledad, Antonio aparca su metro en la dársena del intercambiador, dejando a Eugenia en el tablero de mando, diluida entre el cansancio y la imaginación.
Cómo experiencia, y por un rato, debe ser divertido 😉
No suelo pensar en el conductor, en mi caso del Cercanías, mañana me fijare, jeje.
"Imagino" que no debe ser fácil.