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Lo malo de Expo Zaragoza 2008

Una sartén donde ejercitar la paciencia

La Expo de Zaragoza es una verdadera sartén. La falta de sombras (había quien aprovechaba los bares como cobijo) y de espacios de descanso para poder recuperar fuerzas entre tanto ajetreo provocan caras de sopor, sobre todo cuando el sol castiga con dureza. Entonces, las personas pierden su personalidad para convertirse en fantasmas humanos. Los periódicos locales repiten este asunto constantemente.

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Largas colas para ver el pabellón de España

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gentedigital.es/M. Blanco
24/7/2008 - 13:29

No olviden llevarse sus gafas de sol o la consiguiente gorra para acudir al recinto. La polvareda que se levanta en determinadas zonas, como la Entrada Norte, ya nos sitúa en un desierto presidido por ‘Fluvi', la mascota del evento, aunque el interior tenga tintes más supersónicos. ¿Quiere llevarse un souvenir? Caros, demasiados caros. Curiosamente, siendo el agua la temática predominante de la exposición universal las fuentes escasean o, si nos ponemos ‘estupendos', brillan por su ausencia. Sí, hay bonitas cascadas y y pseudo-piscinas, donde el personal moja sus castigos pies con toda la ‘jeta', pero no parece suficiente para una Expo. ¿Y los bancos? Al final, todos por el suelo.

Uno de los hábitos más españoles que se conocen es la de‘pillar' todos los folletos, catálogos y regalos que nos ofrezcan en este tipo de lugares, aunque luego no echemos ni un vistazo a la mitad. Aquí, tampoco podía faltar esta tendencia. Sin embargo, para ello hacen falta bolsas. "¿Dónde está el pabellón de Andalucia?", se preguntaban unos a otros. Y es que allí repartían estos verdaderos tesoros. También podría considerarse un lujo poder entrar en determinados pabellones: Arabía Saudí, Japón, Francia, el Acuario o el Pabellón de España, que se lleva la palma.

Una familia llevaba en Zaragoza tres días y todavía no lo había conseguido, pese a tratar de conseguir ese invento llamado ‘fast-pass' desde primerísima hora de la mañana. Básicamente, son pases que se consiguen en las máquinas para que un grupo reducido de personas accedan a determinados pabellones de quince en quince minutos. Sucede que si llegas a las once de la mañana, tendrás un ‘fast-pass' para las siete de la tarde para ver el templo nacional de la Expo, al igual que para entrar en el Acuario. ¡Cómo es posible! A media tarde, la espera para conocer el espacio nipón superaba la hora y media. Demasiado. Mucho más sencillo resultar conocer el de Yemen, un deslavazado mercadillo; el de America Latina; plagado de incomprensibles carteles; o el de Malasia, donde un espectáculo propio de José Luis Moreno canta a las maravillas de la ‘reina de Asia'.

Cae la noche. Poco antes de las diez, hora de cierre en los pabellones, te comunican ‘gentilmente' que las visitas se han acabado. Ya que el recinto cierra sus puertas a las 3 de la madrugada sería menester un poco más de tiempo para seguirr ‘viajando' por la sartén más universal que se ha podido ver en Zaragoza. Un evento de esta dimensión merecía más comodidades para el público. Los 35 euros del ticket diario bien lo merecen.

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