Empiezo por decir que a mí nunca me gustó el fútbol, dentro de un orden, quitando cuando en los aledaños de la Estación de Matallana ('la esta'), sí señor, pues así se la conocía por los muchos usuarios de entonces y por los que, en temporada de verano, hacían uso de los trenes que desde allí salían y nos proporcionaban un veraneo de cercanías que de otra forma no tendríamos.
Archivado en: Maximino Cañón, Estación de Matallana, Barrio de Renueva, Olla Ferroviaria
Maximino Cañón
21/10/2022 - 01:10
Debuté como portero, que era el puesto que nos reservaban a quienes menos resolvíamos en los partidos que los chavales del barrio jugábamos en los aledaños de la "bendita" Estación de Matallana con pelotas que, la mayoría de la veces, consistían en un rebujo de papel y trapo atados con una cuerda.
Yo, hasta que fui mayor, siempre creí que el balón de reglamento era una marca afamada de balones de cuero, sin entender que se trataba del que se podía usar en competiciones oficiales, con iguales medidas, peso y material que eran admitidos por la Federación correspondiente.
Aquella estación, protegida por un muro de unos dos metros de la avenida del Padre Isla, era considerada como el fortín que los chicos del Barrio de Renueva teníamos para hacer frente a las acometidas de los de otros barrios que, en actitudes desafiantes y cargados de munición (piedras) con sus correspondiente tiradores, (tirachinas) intentaban asaltar el fortín, cosa que nunca lograron pues las gentes de la estación estaban con nosotros.
En relación con la estación, sus empleados ferroviarios y el fútbol, no dejo de recordar cuando estando echando un partidillo en la parte de abajo donde se guardaban los bultos, se puso de portero un ferroviario y cuando estábamos en lo mejor de la contienda, y el portero las paraba todas, pues jugaba para nosotros, se escuchó la voz del jefe de Estación, D. Valentín, creo que se llamaba así, llamando: "¡ José Luis!, deja ya de jugar a lo que no debes, que están los bultos sin clasificar,". A lo que José Luis salió como el tío los mixtos.
Ahora, cuando muchas cosas en la vida no son lo que fueron, pienso en los impagables ratos que la estación dio a la chavalería de la calle, desde la atalaya de mi balcón, mientras vislumbro lo que en otro tiempo fue y que ahora, vaya usted a saber. En recuerdo de todos aquellos ferroviarios de vía estrecha, que, con unos sueldos casi miserables, y con el apaño en sus días de pernoctar fuera del hogar, y con la ayuda de la Olla Ferroviaria, supieron sacar a la familia adelante.
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