Que alguien reciba un envío postal con una nota amenazadora y un par de cartuchos del calibre 7.62, munición que cargaba el viejo ‘cetme' utilizado por las Fuerzas Armadas -desde 1999 en desuso- es una mala noticia. Y que lo reciba un político de primera línea -que lo de primer nivel es otra cosa- asusta y espanta. Dicho de otra manera, es inadmisible este tipo de intimidación personal en una sociedad avanzada, que presume de demócrata y, por tanto, de plural.
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Julio Cayón
30/4/2021 - 04:40
Al líder de esa aleación llamada Unidas Podemos, el mutante y falsario Pablo Iglesias, el mismo que predica con estilo pacato aquello de ‘haz lo que yo te diga, pero no lo que yo haga', le han amargado la existencia desde la semana pasada. Entre que las encuestas para presidir la Comunidad de Madrid le están saliendo rana -van hacia atrás como el cangrejo- y la advertencia de un hipotético atentado totalmente reprobable y cobarde, el moño se le rebela. Necesita mucha laca para mantenerlo ordenado. Y un poco de reflexión personal. Y menos victimismo.
Y es lógico, que la sociedad española -al margen de cualquier ideología o fundamento interesado- rechace de plano un episodio de tan intolerables augurios y miserias, porque la vida es sagrada. La de todos. No solo la de algunos. Con las cosas de comer -lo dice el viejo adagio- no se juega ni de broma. En ninguno de los casos. El empleo de la violencia es el alimento proteico de los descerebrados -que los hay- y, en otro grado paralelo, de los imbéciles, elevados a la enésima potencia. La fuerza descontrolada siempre ha conllevado catástrofes.
La situación debería hacer reflexionar a Pablo Iglesias y al resto de la ‘troupe' que le jalea. Eso de emocionarse con la execrable agresión a un policía, que podría haber acarreado consecuencias fatales para el uniformado, sobra. Justificar y excusar los excesos urbanos de las hordas incontroladas e, incluso, las sustracciones en comercios por parte de unos sujetos borrachos de ira y de odio como medida necesaria de protesta, horroriza. Exculpar el lanzamiento de objetos contundentes en una sesión mitinera del adversario -adoquines, cantos o botellas-, dar la vuelta a la tortilla y asegurar que los agredidos eran los agresores, supera el raciocinio y la sensatez de cualquiera. Hasta del más cortito de los mortales. Y eso ha venido ocurriendo repetidas veces, sin reprobación política alguna antes del episodio de los proyectiles. Una pena. Lo que no quieras para ti, Pablín, no lo quieras para nadie. Ni balas, ni piedras.
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