Estamos de vacaciones, mejor dicho están, otros, por otra situación de tiempo ya vivido, por suerte, estamos en la siguiente fase. Con qué felicidad y alegría se comienza esta etapa de descanso y solaz, dirigida fundamentalmente a los jóvenes de uno y otro sexo que han superado el curso sin dejar nada colgando que te atormentara en el recuerdo esperando la vuelta pero, como dice el refrán: “Lo que va por delante atrás no queda”.
Archivado en: Maximino Cañón, las "pistinas", el río Bernesga, aprender a nadar
Maximino Cañón
30/6/2023 - 01:10
Por eso ahora se disfruta con generosidad del agua limpia con todos los requisitos que la ley exige para mantener la higiene. Yo, hasta que no tuve unos quince o dieciséis años, no supe lo que era una piscina (“pistina” la llamábamos algunos) por desconocimiento del léxico, al no disfrutar de la misma.
Exceptuando algunas sociedades y algún que otro pilón en las afueras, sin mucho control, si había algo, donde el agua de la misma se debía de cambiar, si así se hacía, una vez al día (siendo generosos). Hay que reconocer sin pudor que en aquel entonces estaba la sociedad dividida entre los que, aún sin muchos medios podían acceder a las piscinas públicas o ser socios, lo cual te permitía entrar las mismas, y los que estábamos a la búsqueda de algún pozo en la ribera del río Torío donde, después de el ansiado baño, dábamos buena cuenta de la irrenunciable tortilla con el filete empanado.
La realidad era que, en mi caso y el de mis primos y hermano, la felicidad la proporcionaba el anuncio de que el domingo de verano, con unos calores propios de la época, tan propios como los que estoy sintiendo en este momento en que esto escribo y sin que supiéramos lo que era el cambio climático, nos llevarían al llamado soto en las orillas del Bernesga para disfrutar del agua que tanto nos gustaba. Todo ello sin saber nadar, lo que hacía estar en una permanente atención por parte de nuestras madres con los constantes avisos de “no os metáis donde cubra”debido al inconsciente peligro que nos acechaba. El tener una corchera de esas que vendía la inolvidable tienda del “Maragato” en la Avenida Padre Isla, hacía que te sintieras como un ‘superman’ de barrio, que junto con el “taparrabos” azul que pesaba lo suyo cuando se empapaba de agua, (pero era lo más asequible) completaba el paquete veraniego para los que no podíamos disfrutar de otra cosa que no fueran los conocidos pozos como el “cangrejo” y “la roca”, en las cercanías del Cuartel de San Marcos, coqueteando con el peligro que te acechaba en todo momento. Seguirá...
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