Está muy claro que la única valoración que pudiéramos constatar cuando mentimos nos viene de la mano de la propia ocurrencia que su enmascarada falsedad aporta como una contemplación a un determinado fin. Existe una tendencia innata para sobre todo distinguir el bien del mal.
Archivado en: Manu Salamanca, crédulo de su propia inventiva
Manu Salamanca
02/6/2023 - 01:20
Todos sabemos que nuestra ética queda enmarcada en el contexto de su cultura más o menos influyente, pero muy capaz de realizarse por ella misma y, siempre, hacia la apertura de su universalidad adquirida y semblanza comprometida. Lo preferible siempre será lo destacable, pero al margen de cuestiones subjetivas que interfieren en la consecución de todos nuestros actos.
Mentimos quizá cuando, por interés o por venganza, nuestros sentimientos, emociones y/o situaciones, entre otras cuestiones paralelas, pueden llegar a realizarse por una mala gestión de nuestra oportunísima credibilidad y como del estudio que su origen determina. Sólo nuestro pensamiento a través de su conciencia nos propone desarrollar el verdadero arte de decir la verdad o de evadirnos de ella, así de simple. Destacamos los detalles que nos enorgullecen, revisamos su peculiar secuencia ante unos acontecimientos que nos deleita hasta en su resultado definitivo, pero, ¿sabemos mentir? ¿Podemos convertir nuestros recuerdos en relatos distorsionados dentro de nuestro ejercicio y mecanismo mental? El cual construiría cualquier tipo de personalidad arraigada en su propio enriquecimiento. Entre ambas dimensiones asoma un discurso banal y ante la franqueza de un pensamiento único no menos valorado. La verdad y la falsedad pueden tener diferentes grados, desde una oratoria a nivel más abyecta y burda hasta el refinamiento dialéctico de una atrayente narrativa más delicada y elegante.
La elevación de su frecuencia capta el mejor reflejo de veracidad. En mi opinión, advierte de aquello de que "la mentira tiene las garras muy cortas". Para mentir tenemos necesariamente que ser valedores de nuestro propio engaño. Es un proceso que nos obliga a convencernos a nosotros mismos de que nuestra invención es real a pesar de que la realidad sea muy distinta y controvertida. El buen mentiroso no es, por tanto, un buen actor, sino un magnífico "crédulo de su propia inventiva". Disfrutamos más de la ficción que de indagar si lo que nos cuentan es cierto, de la misma forma que no hacemos asco a un buen dulce. La mentira contamina el sentido exacto de nuestra proporcionalidad y en la realidad más acuciante limita sus capacidades para actuar y solucionar problemas; genera dolor tanto emocional como mental. Decir la verdad con tacto e inteligencia, por dolorosa que resulte, siempre será la opción mas justa y favorecedora de quien la reciba.
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