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Un amigo de León

A Clemente, albañil

Vivimos en una época en la que las cosas que antes tenían sentido, y se empleaban como arietes para amenazar a una juventud que se resistía a estudiar, ahora están fuera de cobertura. Era frecuente escuchar como advertencia la siguiente expresión: "O estudias o te mando a trabajar de peón a una obra", lo cual ponía de manifiesto el esfuerzo que requería la dignísima profesión de "albañil", máxime en unos tiempos en los que la construcción alcanzó un enorme desarrollo calificada como la ‘edad de oro del ladrillo'.

Archivado en: Maximino Cañón, 'edad de oro de la construcción, Clemente Rodríguez de Celis,

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Maximino Cañón
21/4/2023 - 01:10

Eran los años sesenta en los que las casas se hacían por doquier y el comprar un piso pasó a ser una necesidad con fiebre incluida. Lo cierto es que con la construcción de los nuevos pisos la especulación cobró un protagonismo inusitado sin igual. Cómo olvidar a aquellos sufridos albañiles con unos conocimientos prácticos adquiridos por una formación técnica que les habilitaba para ostentar la categoría de "albañil".
Hace unos días recibí un cariñoso correo, a través del hijo de uno de aquellos albañiles, indicándome el afecto que su padre, Clemente Rodríguez de Celis, me profesaba a través de la lectura de este periódico pensando en que casi no me acordaría de él. He de confesar que mi memoria, que por el momento no me falla sobre todo de acontecimientos ocurridos en el pasado, me llevó e enseguida a identificar a Clemente a través de una fotografía facilitada por su hijo Roberto. Por ello le dedico esta columna a Clemente, encargado, si mal no recuerdo, de una cuadrilla de obreros de la construcción que en la calle de Renueva construían un edificio, digo bien, porque ellos, menos los planos y las labores de arquitectura, lo hacían casi todo con diligencia y con la sola ayuda de la caldereta, la paleta, el cemento, la arena y demás materiales, subiendo y bajando sin ascensor, con la maestría de empezar la casa desde los cimientos hasta el tejado que finalizaba con la puesta de bandera de España en lo alto, por no haber tenido accidentes graves durante la construcción.
Hoy, como tantas otras cosas, han cambiado, casi todo. Se prefabrica en lugar de poner correctamente ladrillo sobre ladrillo a mano para hacer paredes de panderete. Sirva esto como recuerdo de aquellos albañiles de entonces que, con pocas medidas de seguridad a su alcance, se protegían con un pañuelo atado en las cuatro puntas sobre la cabeza para librarse del sol y del polvo.

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