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Un amigo de León

Carnaval y lo que queda

Daba gusto ver a León plagado de juventud. Unos disfrazados y otros, sencillamente, en pandilla. En mi época, con los bailes de disfraces prohibidos, los chavales a lo que más aspirábamos era a comprarnos en los quioscos aquellas caretas (no sé si todavía sobreviven) con la cara de un indio, un pirata o un "gicho", y con eso, y con la gabardina o abrigo abrochado con el botón de arriba, emulábamos a una capa, resolvíamos nuestras disputas sintiéndonos en la piel otros.

Archivado en: Maximino Cañón, carnaval

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Maximino Cañón
24/2/2023 - 01:10

Es curioso, las que más carne llevan a la intemperie son ellas, mientras que los chicos se agarran a lo abrigado. Luego dicen entre la pandilla que lo que da gusto es ver a las mulatas luciendo todo lo que se puede lucir, y lo que no también. Esto tiene una justificación, aparte de diferencias culturales y costumbristas existentes entre nuestros países y los de tierra caliente, como son las temperaturas reinantes en estas fechas. A ver quién es la valiente que, en circunstancias normales climatológicas, sale en bikini, o con la sola protección de un tanga y lo demás a su caer, sin que se le congele la carne expuesta. Aunque ahora las cosas han cambiado mucho y con una censura inexistente, variedad de colores y de vestidos impregnando nuestras calles, se palpa la alegría entre el mocerío (sin distinción de género) disfrazados solos o acompañados de los menores, todo ello considerando que son días de vacación o sin clases, cosa muy importante a tener en cuenta. Como a mí, y a muchos de los que me leen, nos gusta recordar los años pasados, no puedo olvidar la pobreza de los trajes o vestimentas de antaño las cuales consistían, en la mayoría de las ocasiones, sobre todo entre el género masculino, en pintarte un bigote con un corcho quemado a modo de pintura negra, una boina, un pantalón de tu padre y un pitillo en los labios. También era muy corriente el ir disfrazado de mujer con ojeras y los labios pintados de un rojo chillón, lo cual resultaba barato porque, generalmente, eso lo tenías de tu madre o hermana, si las tenías.
A mi, alguien muy cercano, siempre me decía que si esa obsesión por ir disfrazados los hombres de mujer obedecía a una frustración por haber nacido hombre cuando, a lo mejor, lo que hubiéramos querido ser era ser mujer. ¡Vete tu a saber! con las cosas de la genética. Tranquilos que el carnaval con mayúsculas sigue.

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