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Entre nuestro propio asombro y la nada

En ocasiones estremecedoras pensamos que todo aquello que conduce al deseo de la muerte pudiera ser la combinación entre el sentir que todo lo que se podía hacerse en la vida, ya está hecho, y la propia convicción de que, en realidad, ya nada queda por decir, puesto que ya no tendría mucho sentido continuar, incluso a pesar de los esfuerzos.

Archivado en: Manu Salamanca, Entre nuestro propio asombro y la nada

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Manu Salamanca
28/10/2022 - 03:30

No se trata de miedo, ni de cobardía, mucho menos de una decisión consciente, quizá se trate de algo mucho más sencillo como un sorprendente truco de la mente en busca de lo único que puede controlar. Pienso que tan sólo al final es el riesgo, como nota trágica predominante, la que determine la perfecta combinación que crea cierta posibilidad de acabar con todo tipo de sufrimiento inmediato, lo que por otra parte termina por ser algo más que incontrolable, pero decisivo.
La muerte nos envolverá con su gran tentáculo que nos predispondrá hacia lo inimaginable y efímero, al igual que la misma vida, que nos hace seguir una pequeña grieta entre diferentes opciones inquietantes, sigue penetrándonos en cada poro de nuestra piel como una cierta bendición. Al final, nada nos quedará, y es que desde nuestro propio umbral decidiremos el todo por el todo y como conclusión mucho más reconfortante y valiosa, que la propia idea de enfrentarse a ella, haciéndonos pensar en el outfit del más allá. ¿No os parece?
Nuestra aspiración se basa en analizar esa angustia existencial que abarca ese tipo de miedo profundo tan difícil de analizar y a veces de comprender. Pero ante la búsqueda interior, que en muchas ocasiones somos incapaces de describir; es nuestro profundo silencio interior el que se hace más inabarcable, mucho más desesperado, incluso llega a afligirnos. Buscar un equilibrio entre la fragilidad como símbolo de nuestra sensibilidad y la noción vaga de la fugacidad de nuestra vida nos presupone ante un convencimiento certero que tratará de combatir la negrura de ese desquiciamiento que prolonga nuestra pena y nuestro profundo dolor.
La capacidad que todos y cada uno de nosotros tenemos de mirar desde la distancia se convierte en algo poderoso, como pura expiación del miedo y de todo nuestro tormento acumulado. Las heridas que pudieran restañar nuestra mente nacen de nuestro espíritu conciliador. El mismo ha de inspirarse a través de nuestra palabra, pero con la fortaleza que, con toda su indestructible naturaleza, combata todo vínculo, desmarcando por ello la irrealidad más extrema. Hemos de redimirnos con la necesidad de quedarnos exhaustos, en vez de reencontrarnos "Entre nuestro propio asombro y la nada".

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