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Aquellos malos años (y 2)

En los años cincuenta y sesenta se supo lo que era conocer mundo por necesidad al ver emigrar a miles de españoles a ganarse unas pesetas, marcos o francos por Europa para mantener a la familia que dejaban en España. Anteriormente, y simultáneamente, también se había producido una emigración a los países americanos de habla hispana ante la llamada de quienes habían marchado antes y, a los que les había ido bien, volvían a su tierra haciendo ostentación de unos impresionantes "haigas", cautivando a la juventud arraigada en los pueblos, despertando en ellos ese espíritu aventurero en busca de algo mejor de lo que esa España les podía ofrecer.

Archivado en: Maximino Cañón, emigración, 'haigas'

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Maximino Cañón
18/2/2022 - 03:30

A quienes les fue mal y no pudieron alcanzar su particular "dorado", nunca regresaron y, en muchos casos, nada se volvió a saber.
En un viaje con mi esposa de recién casados nos encontrábamos en Santiago de Compostela y paseando por unos soportales cerca, creo, de lo que fue la popular ‘Casa de la Troya', nos paramos frente a una librería a ver los libros que el escaparate mostraba. En uno de ellos había una ilustración que ponía de manifiesto la situación de la época y la necesidad de embarcarse con la pretensión de lograr un medio de vida mejor para la familia que aquí quedaba, aunque hubiera que pagar un precio tan altísimo como es el separarte de los tuyos sin saber hasta cuándo. La ilustración a la que me refiero reflejaba lo siguiente: Se veía un opulento señor, muy metido en carnes, con un reloj con cadena de oro en el bolsillo del chaleco de un caro traje; anillo solitario, también de oro, con una piedra preciosa, unos zapatos brillantes y con una copa de licor caro y un puro habano en la otra mano. En fin, era el claro reflejo de una situación que solo unos pocos disfrutaban. En ese mismo momento en el que hacía ostentación de su posición social se distraía viendo a los barcos que esperaban el embarque de emigrantes que, con aspecto de muy necesitados y con lágrimas en los ojos, se despedían de su prole. Mientras que otra persona que allí se encontraba comentaba la desgracia de aquellas despedidas con pena. En ese momento, el rico acaudalado, que seguro que no había dado golpe en su vida ni sabía lo que era pasar necesidades, compartía la observación con el otro cliente del establecimiento que comentaba en voz alta la desgracia que tenían esas personas al tener que emigrar por necesidad, a lo que contestó el hombre rico: "¿Dice usted que se van por necesidad? ¿No será por vicio?" .
Sin comentarios y sin vergüenza.

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