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Que no nos hurten la bella Navidad

Habrá quien no le gusten las navidades. Por la razón que sea. Y es muy respetable. Y habrá, como es natural, quien, en la orilla opuesta, las disfrute en plenitud gozosa por sus creencias religiosas o porque, además y con todas las bendiciones al caso, se trata de una época con especial marco y fondo para reencuentro y júbilo de miles y miles de familias. Y eso sí, que cada cual las pase a su leal saber y entender, lo que equivale a decir en libertad. Como le plazca. A su libre albedrío.Ahora bien, de ahí a que moleste decir ‘feliz Navidad' y, por si fuera poco, hasta se quiera prohibir, pasa de castaño oscuro.

Julio Cayón
10/12/2021 - 04:40

La perversión, que lo es en sí misma, ha tenido su matriz en la comisaria de Igualdad de la Unión Europea -una tal Hellena Dalli, maltesa-, quien, muy en la línea de su homóloga en España, la penosa ministra de igual ramo e idénticos conceptos, Irene Montero, confunde churras con merinas y ve fantasmas por todas las partes. Sobre todo si del cristianismo, en general, o la Iglesia Católica, en particular, se habla. Total, que la 'madame' de la despreciable idea, aduce con más cara que espalda, que hablar de "periodo navideño" puede ser estresante, por lo que es mejor usar "periodo de vacaciones" para referirse a la Navidad. Hay que evitar, según la comisaria política, "considerar que alguien es cristiano, porque es importante ser sensible al hecho de que las personas tienen tradiciones religiosas diferentes". Tócate los perendengues, Mariano. Y es que en el fondo no es eso lo que se busca. El objetivo, que es la pólvora de la propuesta, es cargarse la Navidad como tal concepto, arrumbar la religión y reconvertir la sociedad en un mundo laico e insoportable.
Cierto es que desde la propia Unión Europea -en la voz de la ‘'efa' Ursula von der Leyen- le han parado los pies a la insensata, e incluso le han afeado ese ‘discurso' tan poco original y a la vez tan retorcido. Tan poco democrático. Y la señora en cuestión, de apellido Dalli, que cobra de los dineros públicos, debería tener más sensibilidad y tacto hacia los millones de europeos que practican un credo que abraza la Navidad, no ya como un hecho religioso, que lo es, sino histórico y a la vez tradicional. Si se aboga por el respeto hacia todos, los cristianos no son moneda de cambio devaluada, como pretendía imponer desde Bruselas la fulana (primera acepción del diccionario de la Real Academia) progresista maltesa. Esto del populismo barato es un toca meninges del que la gente, ya, comienza a estar harta.

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