El hecho vandálico se ha recogido en la mayoría de los medios de comunicación. Y está protagonizado, en principio y presuntamente, por un leonés, que llegado a Sevilla y, más en concreto, a su Plaza de España, no se le ocurrió otra cosa que atentar contra los azulejos que recogen el nombre de Castilla, en el banco dedicado a León y a sus tierras.
Archivado en: Lulio Cayón, leonesismo tonto y memo, Parque de María Luisa de Sevilla, Alfonso VII, Catedral de Santa María de León
Julio Cayón
29/10/2021 - 01:10
Allí, a la vera del famoso parque de María Luisa, se homenajea a todos y cada uno de los territorios provinciales existentes en la época de su semielíptica construcción (1914-1929), si bien faltan tres. Son las desdobladas, posteriormente, Gran Canaria y Tenerife -en el periodo, el archipiélago insular respondía al topónimo genérico de Islas Canarias- y la propia Sevilla.
La incívica agresión, el absurdo e iconoclasta desperfecto, se produjo sobre la leyenda que, textual, se recoge desde la realización del artístico entorno hispalense: "Alfonso VII de Castilla es proclamado Emperador, año 1135". Inaceptable, debió pensar el ruin gamberro. De modo, que al autor de la barbarie, al leerlo, se le subió la sangre a la cabeza y navaja en mano o con un pincho es un suponer-, y de un lado a otro sobre la centenaria cerámica, consumó el salvajismo. Una imbecilidad.
Cierto es que Alfonso VII, rey de León desde 1126 y después, en el referido 1135, emperador de toda España (de aquella España medieval) fue coronado con tal dignidad en la catedral leonesa de Santa María el 26 de mayo de ese mismo año. Así, resumido, lo refiere la historia. Pero de ahí a perturbar una obra bellísima por un malentendido y desacertado... ¿leonesismo barato? media un abismo. Una falta de responsabilidad, paralela al delito.
Si el leonesismo reivindicativo caminara por esas trochas, más valdría echarse a un lado y olvidarse de la aspiración de conseguir una autonomía propia. Flaco favor ha hecho el sujeto en cuestión -o, en definitiva, quien haya sido- con esa reprobable acción, más próxima a las cavernas montaraces, que a la convivencia exigida -con sus matices y posicionamientos- por la sociedad española. Ningún acto violento, sea de la índole que sea, es aceptable. Al contrario. Punible.
Por eso, el leonesismo bien entendido es otra cosa. Es una manera especial de sentir y amar la tierra de nacencia hasta en la epidermis. Y es, a la vez, una apuesta legítima por reconquistar la identidad propia y sus anheladas consecuencias. Lo que se aparte de estos pronunciamientos democráticos, será una ruina insoportable. Y el individuo del punzón es el vivo ejemplo. El peor.
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