Seguro que ha llegado el tiempo para dejar de tener razón. Así de claro, aprenderemos a no tenerla. Vivimos desafortunadamente en una compleja época en la que la desvergüenza generalizada se obtiene de la mañana a la noche.
Archivado en: Manu Salamanca, la edad del escándalo
Manu Salamanca
09/7/2021 - 02:20
Cualquier ocasión será buena para echarse las manos a la cabeza e indignarse, (en nuestro hogar, en nuestras reuniones familiares, incluso aún más entre nuestra depauperada sociedad), pero cuando tratamos de escándalo político el desconcierto es de tal dimensión que arrastra sin medida el mayor descaro que su voluntariosa percusión nos depara tanto en cuestiones económicas, como en otras de entidad moral y/o éticas, religiosas incluso, en ocasiones, su gravedad es de magníficas y desproporcionadas dimensiones y que no llegamos a entender con exactitud en ese sentido más estricto de su mejor resolución y estrategia. Sin duda nos afecta en la mayor parte de los campos de la vida. Son situaciones que se dan por imperfectas, horrores que suscitan nuestra descomunal rabia contenida. Nuestra clase política es protagonista una vez más de la indiscutible y nefasta provocación hacia todo lo que debiera perpetuarse por siempre dentro de ese hemiciclo natural de fenómeno consensuado, por agónico que este pudiera parecernos, y por ser ‘La Cámara' en donde se representa en su totalidad la voluntad de toma de decisiones de casi todos los españoles, ser ejemplo de buenos modales, sobre todo de mutuo respeto y brillante sensatez ante decisiones vitales que ahora mismo son muy importantes y preocupantes, determinan el angustioso devenir de su inoperancia fatalista que ejercen sin reparo y menos vergüenza. El poder que hace prevalecer una determinada ley orgánica dentro de su orden constitucional como el nuestro origina corrientes similares a las de un gobierno conformado a medias y, como se establece en sus inigualables principios que supuestamente serían del todo coherentes, pero con esas determinadas aspiraciones que dentro de este sentido único de marcha pueda llegar a fortalecer con su total integridad democrática la vinculación a ese manifiesto, quizá como planteamiento a su supuesto y diversificado esquema organizativo. "La edad del escándalo" para algunos es sin duda la del triunfo sobre la razón para sus incondicionales seguidores y lacayos; son los mismos que representan con irracional actitud la obediencia al sensacionalismo invertido que una práctica fraudulenta de su actividad fundamental y que el poder ejecuta con clara motivación, desquicia señalando con singularísima cobertura en su flamante disposición, acelera su pronta imposición como de todas y cada una de esas leyes que contradicen la esencia y natural inquietud de todos y cada uno de nuestros conciudadanos porque sus "señorías", a la vez que súbditos se creen legisladores y gobernantes, significan por ello la incondicionalidad en la práctica de su clásica universalidad y validez moral que se atribuyen a esos principios de novedosa modernidad política que supuestamente libera principios y dignifica aún más derechos humanos.
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