En innumerables ocasiones sentimos la enorme necesidad de gustarle a los demás. Es, por de pronto, un instinto biológico que se encuentra impulsado quizá por nuestra evolución constante como especie y en la escala social que nos define.
Archivado en: Manu Salamanca, en modo zen
Manu Salamanca
11/6/2021 - 02:20
La gran mayoría de las conversaciones tienen el gran poder de convertir a los extraños en amigos, las citas de un simple café dentro de unas relaciones normales, como de todas aquellas que se realizan como entrevistas de trabajo, tienen un predominante denominador común que enaltece la simplicidad de sus cuidadas y aparentes formas, Sin duda, la singularidad de su característica nos aproxima y garantiza cuanto menos una dedicación exclusiva del contacto más sorprendentemente entusiasmado. En cambio cuando volvemos en nosotros mismos con toda nuestra controvertida forma de ser y de pensar, nos preguntamos: ¿Habré caído bien a esa persona, o quizá pensaría que soy un imbécil? Inmediatamente después reproducimos paso a paso la conversación que mantuvimos en aras de ese buen entendimiento. Es un runrún que no nos deja tranquilos. En mi opinión, no deberíamos sentirnos tan ansiosos por este tipo de situaciones que percibimos desde el agrado que su vulnerabilidad representa y como una simple conducta pasajera hacia los demás. Las personas, y como tónica general, nos subestimamos tras interactuar con otro tipo de personalidad muy arraigada a su condición pero con clara exposición a su relevante realidad. En otras áreas de la vida muchos tenemos una visión mas o menos empoderada de todas y cada una de nuestras habilidades, quizá como sensación a la brecha del agrado que existe en la peculiaridad de sobreponernos en cada instante por los diferentes avatares de la vida y que la realeza de sus circunstancias determina, nos empuja a la espontaneidad de tomarnos siempre con mucha entereza esa decisión certera y positiva que recorre nuestro interior y, que abraza con prodigio exultante la manera de interpretar todo cuanto nos quieran hacer llegar. Las personas que parecen evitar tal problema son aquellas que no se consideran tímidas, que son desenfadadas y extrovertidas, quizá tal vez sea ¿confianza? Eso explica por que algunos van por la vida "en modo Zen" y como ventaja a mejorar su estado de ánimo con la fuerza contundente de su capacidad de concentración que se sugieren entre otras habilidades. Nos queda relegado el sufrimiento de aventurar nuestras propias conjeturas, ya que analizar todo tipo de conversaciones con precisa minuciosidad y detalle es imposible, como por ejemplo todo aquello que nos sirve para reevaluar todo cuanto hemos dicho dentro de ese supuesto y revitalizante monologo interno que asumimos notablemente a veces critico y negativo, pero sólo cuando se da la incertidumbre adicional de hablar con alguien nuevo y desconocido. Nuestro campo visual se empeña en analizar en silencio y habla, da señales claras, sonrisas, gestos con las manos, miradas inquietas que recorren con cierto soslayo la inquietud permanente de una aireada forma de comportamiento.
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