La gente, el común de los mortales, que diría el redicho de turno, empieza a cansarse de tanto mameluco que come (y bebe) de la política. Y mameluca, que de todo hay en esa viña impostada, reconvertida sin tiento en la gran panacea de un ingente colectivo de pelaje indefinido. Es el propósito de la privilegiada ‘peña': acodarse en la espaciosa y larga mesa del festín de lo público. Y, si les fuera posible, sin solución de continuidad.
Archivado en: Julio Cayón, políticos, mociones de censura, tomadura de pelo, urgenc ia sanitaria
Julio Cayón
19/3/2021 - 01:10
El gasto superfluo que supone para las arcas oficiales de cualquier titulatura o naturaleza esa arracimada pléyade de validos ministeriales, cargos amicales y otros ‘allegados' hueros -léase multiplicidad de directores generales, secretarios, subsecretarios, asesores de pan y cebolla... en fin-, resulta insoportable para cualquiera que, voluntarioso, diagrame un sencillo y racional análisis sobre esta burlesca situación. Dicho de otra manera, la martingala de orden y decreto -que invade todos los territorios nacionales como una plaga- es una inmisericorde tomadura de pelo para el vejado y olvidado contribuyente.
Y si ello no les parece suficiente a esos individuos de ‘alta' cuna y de baja cama, que cantaba la desaparecida Cecilia, se lían la manta a la cabeza y arman un follón de tres pares de huevos. Que si mociones de censura, que si adelanto de elecciones, que si la madre que lo parió y el padre que lo hizo... y lo que haga falta. La emergencia sanitaria pasa a una situación menor. Mientras, quien paga lo exigido e intenta sobrevivir a salto de mata, asiste, estupefacto, al miserable espectáculo de los que perciben salarios de las administraciones a costa del españolito (te guarde Dios, que escribiera Machado).
Dadas las circunstancias -y es igual las consecuencias que deparen todos esos contubernios políticos- no es cosa nimia converger que la población, un día, podría echarse a la calle con palos y pancartas. Y no habría distingos por ideologías o preferencias. La gente está afónica de clamar en el desierto y nadie la escucha. De pedir justicia social. ¿La respuesta?, oídos sordos. Pusilanimidad manifiesta. En definitiva, que las familias están hasta el gorro de pasarlas canutas y de transitar entre la necesidad y la pobreza.
De modo, que la pregunta es obligada: ¿Para qué sirven tantos paniaguados? ¿A qué se destinan los dineros públicos? ¿Dónde están las ayudas prometidas a las que tanto bombo se ha dado? La política lo enfanga todo y las soluciones no llegan. Es la inmunda penitencia de miles de desheredados de esta tierra llamada España.
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