Nos tratan como a borregos. Y si pudieran hasta nos pondrían cencerros con sonido a lata. En el país de las mentiras en que se ha transmutado España todo vale. Se han puesto en jaque los límites más elementales de una convivencia democrática, algo que, se diga lo que se quiera, empieza a brillar por su ausencia. Decían -y dicen- que el franquismo, en su apogeo, obraba mirándose antes la entrepierna. Cierto. Pero exactamente igual, aunque revestido de diferentes ropajes y diversos colores, viene haciendo este Gobierno que nos ha tocado soportar, por mucho que la ‘peña', radicalizada y tumultuaria, se empecine en lo contrario.
Archivado en: Julio Cayón, el Gobierno de las mentiras, pandemia covid-19, Podemos, señor del moño, Peddro Sánchez
gentedigital.es
25/9/2020 - 03:30
Ahora, que se está poniendo de moda el término negacionista, le viene como anillo al dedo aplicárselo al Ejecutivo de Sánchez. Lo niegan todo. Por activa y por pasiva. La mención especial al embuste -eso ya ni se discute- se la lleva con laureles y toque de trompetas el propio presidente. Negó a voces que nunca pactaría con Podemos y lo adornó alegando que, de hacerlo, no podría dormir por las noches. Eso, a pesar de haber cambiado el colchón de La Moncloa. Mintió como un bellaco.
Y mintió con énfasis al refutar que el coronavirus fuera tan peligroso y letal como se venía anunciando desde el exterior. Dicho de otra manera, que España estaba blindada ante la hipotética invasión vírica. Negaba la mayor. Mentía. El resultado ahí está. Una tragedia. Más de 50.000 muertos por el momento, cifra que, en comandita, rebate el Gobierno con un descaro y un desparpajo inasumible. De igual forma revelaron que habían nombrado un comité de expertos para luchar contra el Covid-19. Otra mentira. Ni comité, ni expertos, ni leches en vinagre. Y nuevo embuste que echarse a la chepa.
Lo más reciente -habrá, seguro, nuevas falsedades- es negar el vergonzoso problema de la ocupación ilegal de viviendas. Se la fuma. El papel lo interpreta, con el beneplácito de Sánchez, el señor del moño -antes de la coleta- con dos cojones y un palo. Y la gente afectada y desasistida, con el sol, la luna y los ojos para llorar. Pero siguen mintiendo. Dan arcadas.
Pasito a pasito el Gobierno se ha ido convirtiendo en un indigno legatario de aquellos comerciantes callejeros -llamados erróneamente charlatanes- que conocían perfectamente lo que ofertaban. El recordado Carlos Valdivia, quien, con su quincalla, se situaba en la plaza de San Marcelo, lo destacaba a diario. "Charlatán -apuntaba Valdivia- es aquel que habla mucho y no sabe lo que dice; yo sí sé lo que digo". Pues eso.
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