León, este año, no ardió en fiestas. Ni hogueras, ni tracas. Ni gigantes y cabezudos, ni verbenas populares. Nada. Ahora bien, dadas las circunstancias y el peligro afantasmado y nómada del traidor virus que ronda vidas y haciendas, era algo de obligado cumplimiento. No quedaba otra. Ya llegará el verano, que se decía antes para anunciar el futuro próximo de algo que había salido mal en un momento dado. Pues eso, que llegarán tiempo mejores. Es lo esperado.
Archivado en: Julio Cayón, Hoguera de San Juan en León, fuegos artificiales en León., Pacto Cívico, Juan Morano, Fiestas de San Juan y San Pedro
Julio Cayón
03/7/2020 - 02:20
Lo del fuego, recalcado en otras épocas para explicar que la ciudad ‘ardía' como una inmensa y jubilosa pira feriada, fue un lema muy socorrido por la incipiente mercadotecnia de aquellos años, que, durante varias ediciones, se utilizó desde la municipalidad para empujar el programa de actos. Sin embargo, la gran llamarada era una verdad a medias -la cosa se quedaba en una fogata de alta corona o pináculo- porque el vecindario tampoco exigía tanto y se conformaba con lo que le ofrecían.
Sin embargo, los tiempos jolgoriosos de San Juan y San Pedro -que así se titulaban las fiestas de la ciudad- comenzaron a cambiar antes y después del llamado ‘Pacto Cívico', aquella carambola a tres bandas, recuérdese, que, contestadísima por la sociedad leonesa, sirvió para impedir que Juan Morano se hiciera con la alcaldía, pese a ser la lista más votada.
¿Y por qué cambiaron las fiestas? Pues porque el dinero comenzó a aflorar en las arcas consistoriales como setas -luego, llegarían las deudas millonarias- y se dio luz verde a la contratación de artistas de primer nivel. León ya disfrutaba de grandes figuras durante los últimos días de junio. La noche de San Juan era el cénit. Se pretendía, así, entrar en el circuito de las conmemoraciones locales con caché. Y la cosa fue hacia arriba. Y cada vez se pretendía subir más y más el nivel para regocijo y solaz de los pagadores de impuestos. Tiempos de vino y de rosas.
Después de todo, y vistos los resultados obtenidos a lo largo de los últimos calendarios, hay que convenir con objetividad que el éxito de unas fiestas, mejor o peor diseñadas, dependen de un único elemento: el clima. Es algo irrefutable. Si el tiempo acompaña, que es lo fundamental, la gente se echa a la calle y disfruta. Y se lo pasa de miedo. Genial. Ese es el truco.
Este año la gente se fue de cañas. La que pudo. Mientras, los feriantes siguen echando las muelas, la hostelería acojonada y el comercio encomendándose a todos los santos milagrosos. Es la segunda parte de las invisibles fiestas. ¡Menudo jeroglífico!
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