"Todo lo que nos molesta de los demás es tan solo una proyección de lo que no hemos resuelto de nosotros mismos". Sin duda.
Archivado en: Manu Salamanca, mejor e inconfundible versión,
Manu Salamanca
05/6/2020 - 01:10
Con nuestros específicos principios desafiamos de continuo la decisión de resolver muchas veces todo aquello que nos pudiera afectar o no, entonces..¿Porqué amargarnos por todo aquello que ya no se puede cambiar?
¿Somos acaso esas partículas que chocan unas con las otras, como inmantando determinadas cargas emocionales? Romper en ocasiones esa interconexión, como cualquier vulgaridad que nos atenace, pudiera minimizar día a día la calidad de nuestras relaciones presentes, poniendo en duda las futuras, educamos siempre nuestra mente para que sea capaz de tomar distancia y romper este juego de fuerzas atrayentes que resurgen sin autorización expresa.
Aprendemos que no es bueno esperar tanto de las personas. Ser cauto es mejorar en el trato cotidiano, ya que tiene que revelarse en la auténtica esencia de una relación más humana y socializable.
Tropezamos una y mil veces sobre la misma piedra. Estoy convencido de que en nuestras selvas interiores y comportamentales y como bien podemos reflejar en la conocida frase "ser y dejar ser" pudiera llegar a convertirse muy a menudo en un "yo soy y no te dejo ser" ¿Acaso, es tan necesaria nuestra propia flotabilidad sobre la superficie sin importarnos los embistes del océano y sus feroces tormentas?
Nuestro comportamiento lo desarrollamos en base a acostumbranos por desgracia a la horrible irritabilidad de nuestro propio dominio, especulador y exacerbado, nos ocasiona sin duda ese malestar que destruye nuestra propia paz, pero sólo cuando nuestra vida es dominada por esa supuesta y deseada felicidad, la misma tomaría posesión inmediata de toda nuestra particular esencia, sobre todo, alcanzaría supuestamente el control de nuestras vidas. Absolutamente nadie tiene derecho a privarnos de un carácter dulce y afable que nos ayude a caminar por este valle tortuoso de lágrimas irreconocibles.
El mismo baile confuso y caótico nos acompaña entre una música atronadora y desafinada. Aún así, en muchas ocasiones resulta que nos llevamos algo de los demás, quiza un empujón, un pisotón, esa mirada indiscreta y caprichosa que se aventura a lo impredecible, por tanto, dejemos que el hablador hable, que el desordenado pierda su tiempo en su caos, incluso que el amargado se angustie de por vida o que el severo crítico se envenene con su propia lengua. Hay que dejarles como bien quieran y puedan, pero cuando estén cerca de ti, muestra siempre tu mejor e inconfundible versión. Cuidaros mucho.
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