Aunque haya rebajado su intensidad, se viene repitiendo en el tiempo y no sobra. Al contrario. Todos los días, a las ocho de la tarde, España es un eco de aplausos. Un retumbar de balconadas. Una gratitud. Es el homenaje -encadenado cada veinticuatro horas- que la gente con buena voluntad tributa a los sanitarios -cualesquiera que sea su cometido- por su inapreciable dedicación en momentos tan complicados. Ellos, al igual que otros sectores profesionales, se lo merecen. Eso y más. Sus desvelos quedarán escritos en letras de oro para la historia.
Archivado en: Julio Cayón, Regimiento de Infantería 'Valladolid 65' coronavirus, covid-19 seriedad y sensatez ante el coronavirus,
Julio Cayón
29/5/2020 - 01:10
Sin embargo, la gente es terca cual mula de regimiento de infantería de alta montaña. Pongamos que se habla del desaparecido, en 1966, ‘Valladolid 65'. Pues bien, una vez que el ‘aplausómetro' se apaga porque la ovación se extingue, la conciencia o la responsabilidad colectiva de muchos aplaudidores se queda en un plano inferior Se desecha. Para este viaje no hacían falta alforjas, que explica el paisano del lugar. Porque esos mismos profesionales que reciben los aplausos como un bálsamo diario, como una nube perfumada para mitigar la desazón y el peligro que les acecha en su vocación diaria de servicio, se sienten agredidos y decepcionados cuando se incumplen las normas.
A veces da la sensación de que el maldito coronavirus -ahora ya se dice Covid 19- hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Bien es cierto que las estadísticas anuncian por el momento un notable descenso tanto de fallecidos como de contagiados, pero ello no es óbice para que haya quienes, en la calle, actúen como si nada pasara. Se ve en sus paseos. La gente empieza a no mantener las distancias y se entremezcla con indisimulada altanería. Por norma o por ineducación aplican aquello de apártate tú que yo sigo mi camino.
Y esa falta de responsabilidad ciudadana, esa nociva carencia de empatía para con los demás, podría traer a corto plazo nuevas situaciones indeseadas. El ‘bicho' sigue ahí, al acecho, y en la vida como en la guerra hay que estar siempre vigilante las veinticuatro horas del día. Por si acaso. Por si el ataque se produce cuando menos se espera. Y en este que se escenario que se percibe se está jugando a la ruleta rusa.
No es cuestión de apuntar negatividades, de inocular miedos paralelos a la tremenda situación por la que se atraviesa, pero hasta los propios sanitarios vienen denunciando esta dejadez urbana, este comportamiento fuera de toda lógica, porque de producirse un repunte vírico, ellos, de nuevo, serían los masacrados por la enfermedad. Volverían a jugarse la vida. Y no hay derecho. Ninguno.
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