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Como la pelota a mano

"Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad", (Tomás Bretón, ‘La Verbena de la Paloma, 1894), se cantaba en los teatros de la época. Desde aquellos años hasta nuestros días ha habido tantos adelantos que sería interminable relacionarlos

Maximino Cañón
14/2/2020 - 02:20

Voy simplemente a mencionar dos de aquellas costumbres que ocupaban gran parte del espectro festivo de entonces y que hoy, simplemente, han quedado casi obsoletas: El cine y el ‘baile a lo agarrao'. Pero existe, con mayúsculas uno que, a pesar de los años, no solo no ha perdido adeptos, sino que sigue siendo el ‘Rey', con muchos millones de seguidores.
Me refiero, ¡cómo no!, al ‘Fútbol'. Se empezaba la formación en la escuela de la vida o del barrio dando patadas a una pelota de goma, de trapo, o similar, donde la alineación la elegían los lideres de la pandilla. Y si en vez de pelota de goma era un balón de reglamento, el que elegía sin que le rechistaran los demás era el propietario del mismo. El portero solía ser aquel que menos aportaba a la hora de introducir el esférico en la portería.
Conviene resaltar, y que a más de uno seguro le hará reír, cómo se configuraba la imaginaria portería. Ésta, la mayoría de las veces, se construía poniendo los libros o la gabardina o ropa de asistir al colegio en un montón en cada uno de los imaginarios palos, sin límite de altura, en mitad de la calle. Por aquel entonces, al no existir el tan cuestionado Var, las decisiones daban a lugar a duras enganchadas ante el improvisado árbitro, (que solía ser el que no había sido elegido para formar parte del elenco titular) al discutir sobre si en una jugada dudosa había sido gol o no lo era y que, la mayoría de las veces, acababa en un cuerpo a cuerpo entre, arbitro y jugador, con resultado de ojo morado o diente roto y partido interrumpido por falta de juez que dirimiera el final de la contienda futbolística.
Quién iba a decir que lo que entonces era un simple juego de fácil práctica, se iba a convertir en un maná para algunos, con retribuciones escalofriantes por su grandiosidad, para quienes tuvieran la suerte de jugar en equipos de categoría nacional. Consecuentemente, ya no se puede decir con cierto recochineo aquello de: "esto es como el juego de la pelota, que siempre pierde el más idiota".
Mis felicitaciones para quienes sin tener privilegios ni retribuciones tentadoras, eligieron otros caminos de mayor provecho para la humanidad.

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