El pasado día 8 del presente mes me desperté con un mensaje de tu hijo César anunciándome tu muerte, seguido de otro tu consuegro, Agustín Quiñones, con el mismo desenlace. En tal sentido me vino a la memoria nuestro último encuentro, en el que, a la salida de una función teatral, intercambiamos unas palabras referidas a la etapa en la que nos conocimos. Ni por la más remota idea se me paso por la imaginación que serían las ultimas que ambos nos dirigiríamos.
Archivado en: Maximino Cañón, Tomás Lorenzana, Policía Local de León, Guardia Civil
Maximino Cañón
13/12/2019 - 04:40
Como suele suceder en estos casos, siempre sale a colación la etapa en la que, cada uno en su cargo, coincidimos en el Ayuntamiento. Fue un 30 junio de 1987 y eras el jefe de la Policía Municipal (luego Policía Local), cuando tuviste que poner paz en una ajetreada toma de posesión (Pascto Cívico).. Pero en la que, a diferencia de algún otro mando, oficial u ofíciala, cogiste el toro por los cuernos y la cosa discurrió por los mejores cauces por los que, dadas la circunstancias, el citado Pleno podía discurrir, dando cumplimiento al requerimiento del ya alcalde, más que les pesara a quienes así no lo vieran, José Luis Díaz Villarig.
Fue una etapa convulsa en la que a ti, por cumplir con tu deber, se te puso en el punto de mira por quienes hasta esa fecha habían ostentado el gobierno municipal y a los que "obedeciste con lealtad y con diligencia", observando el mandato constitucional así como el resto del ordenamiento jurídico de donde emana, como deber inexcusable, el cumplir con las normas legalmente establecidas, así como las órdenes emanadas de sus superiores en cada momento.
Con la vuelta al gobierno municipal de quienes te señalaron, la cuestión acabó con tu cese, como jefe de la Policía Local y con la vuelta a tu querida Guardia Civil, como el capitán Lorenzana que siempre fuiste, y a la que con orgullo serviste. Antes del mencionado desenlace, y junto con mi compañero de corporación de entonces, y concejal delegado de la Policía, José Luis Casas, tuve ocasión de conocerte como funcionario ejemplar, actuando siempre con la neutralidad e independencia que tu cargo requería, haciendo que la amistad adquirida desde el año mil novecientos ochenta y siete se prolongara hasta el último día. Hasta entonces, Tomás se convirtió en un amigo así como sus hijos, Cristina y César, a los que, después de muchos años, tuve ocasión de volver a tratar y de quienes, junto con sus queridos nietos, siempre se sintió orgulloso. A Mari Carmen, su esposa, la dejo para el final porque fui testigo de cómo le quiso; le defendió y se enfrentó, con dignidad y valentía, a quienes ella entendió que habían faltado a la profesionalidad y dignidad de su marido. Termino esperando que, allí donde te encuentres, nos sigas y leas este recuerdo y con el que quiero finalizar diciéndote: "Tomás, el honor fue siempre tu divisa" y así lo llevaste a cabo. Descansa en paz.
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