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Cosas del verano (II)

Aparte de los viajes de mayor recorrido, que según las posibilidades de cada uno emprendía la gente, estaba el veraneo de andar por casa. Quienes, con de una cierta edad, no se acuerdan del socorrido, querido y admirado tren de Matallana, hoy denostado por indiferencia política, conviene destacar lo que supuso para una gran parte de leoneses el ‘Tren de Matallana"'o de ‘La Robl' en los domingos y fiestas del verano de aquellos años.

Archivado en: Maximino Cañón, 'Tren de Matallana', 'Tren de La Robla', Feve, verano en el río

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Maximino Cañón
12/7/2019 - 02:20

Es cierto que las cosas han cambiado pero, lo peor no es cambiar, lo peor es no buscar alternativas. Ante la falta viajeros en los pueblos hay que buscar otras opciones, después de las inversiones en infraestructuras que Villalba acometió, pensando siempre en su León, dando utilidad y cometido a los trabajadores, que seguro están expectantes por ver como se le da vida a este ferrocarril de vía estrecha. Siendo realistas estos ferrocarriles nunca dieron resultados económicos positivos, aunque en otros tiempos, indirectamente, facilitó un mejor desarrollo, y sobre todo, para los pueblos de la ribera del Torio y de la montaña. Las piscinas ("pistinas"como decíamos de pequeños ante el desconocimiento de las mismas) eran contadas al no existir todavía las municipales. Solamente ciertas sociedades podían contar con alguna para el disfrute de sus socios. En consecuencia los habitantes de la ciudad buscaban el veraneo en cualquier orilla de río que se pusiera al alcance para después de darnos los consiguientes baños, disfrutar de una comida hecha por las mujeres. No recuerdo el dotarse de medios protectores del sol, excepto de viseras y sombreros de paja, para evitar las quemaduras. Al regreso del domingo veraniego en tren, la mayoría veníamos como los indios, es decir, con la piel roja y con el cuerpo magullado por la siesta echada sobre irregular firme. La llegada del tren especial de las diez de la noche, más o menos, era toda una atracción. La situación era la siguiente: trenes para la ida había varios, entre especiales y ordinarios, y todos llenos, pero la vuelta se apuraba y la gran mayoría lo hacía en el último. A ver quién era el valiente revisor que pasaba a picar billetes, cuanto el paso de un vagón a otro se hacia por el estribo exterior con el tren en marcha, y lleno de domingueros hasta el tope o, como dirían hoy, ‘petado'.
P.D: Dedicado a todas las sufridas mujeres que se encargaban de preparar la comida y de lavar los platos, para que los suyos disfrutaran sin dar golpe.

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