Hacía tiempo que los rumores corrían por ciertos ambientes muy próximos al Partido Popular. Y el cotilleo en común hablaba de desencuentros entre Silván, el aún alcalde en funciones del Ayuntamiento de León, y Juan Martínez Majo, también en funciones de los dos cargos que ostenta, regidor mayor de Valencia de Don Juan y presidente de la Diputación. No obstante, y a la par, las apariciones de uno y otro en los medios de comunicación, juntitos y sonrientes como mandan los cánones del falso buenismo, desmentían las especulaciones. O lo intentaban.
Archivado en: Julio Cayón, Partido Popular, PP, Alfonso Fernández Mañueco, Juan Martínez Majo, Antonio Silván, Juan Vicenge Herrera,
Julio Cayón
14/6/2019 - 01:10
Eso era hace tiempo. A día de hoy, lo que ya está más esclarecido -superadas las recientes y desastrosas elecciones- es que el ‘romance' entre uno y otro toca fondo. Los rosarios se están facturando. Y no por correo certificado precisamente. Quizá se los arrojen a la cara sin tardar mucho. Y con honda.
Majo piensa en ‘sacrificarse', que no en inmolarse. Ha tenido cierta habilidad para dar un paso ante lo que se avecina. La idea es no ejercer la oposición ni en su ayuntamiento ni en el Palacio de los Guzmanes. Abandonar. Pero, a pesar de esa orfandad de cargos públicos, sus ‘inquietudes' discurren por continuar al mando de la organización provincial y colaborar en una ineludible restructuración del partido. Tiene el as en la mano aunque le falta el tres de Mañueco. Lo intentará.
Silván, sin embargo, lo tiene mucho más complicado. Es público y notorio que su relación con el presidente regional no va más allá de lo políticamente correcto. El cornalón de las primarias, en las que el ‘aparato' -léase Herrera y compañía- se posicionó con descaro a favor del alcalde León, sigue supurando. Y aún con mayor flujo que nunca. Perdió frente al salmantino y la derrota subyace latente. El toque de atención le importó un bledo. Seguía confiando en su ‘buena' estrella. Y en su padrino.
A día de hoy, algunos, tapados con careta y manos enguantadas para no dejar huellas -resulta inútil tal argucia- quieren poner a Mañueco en la picota, contra las cuerdas -estaba claro que intentarían convertirlo en trofeo de caza- para, con su cabeza sobre la bandeja, volver a las antiguas andanzas de tiempos recientes. La suma de todo ello certifica la catadura de algunos míseros con traje y corbata, a quienes sólo les preocupa seguir ocupando plaza.
Fernández Mañueco conoce el paño sin necesidad de sacarlo del arca. Sabe con y contra quien se juega los cuartos. Y el envite, ahora -y a pesar de Génova-, es cosa suya. ¿Podrá hacerlo? Se admiten apuestas.
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