Po suerte, o menos suerte, cada vez que llegan las Navidades, lo hacen acompañadas de recuerdos y de celebraciones. No quiero meter mucho el dedo en la herida invocando la ausencia de aquellos que nos acompañaron y que, hoy, no se encuentran entre nosotros. Para disipar malos recuerdos nos encontramos en los lugares donde alternamos o compramos, con sendos carteles anunciando ‘Hay lotería' y que, por cierto, en estos últimos años, casi todos ofrecen sólo décimos. La cosa se complica por aquello con la famosa frase que se nos clava en las interioridades pensando en ¿y si toca aquí que venimos todos los días?
Archivado en: Maximino Cañón, lotería, el 'gordo'
Maximino Cañón
21/12/2018 - 08:21
Total, que entre décimo y décimo las pocas reservas que uno tiene, se van quedando exiguas para lo que se nos viene encima; comidas y cenas extras y regalos extraordinarios. La necesidad, siempre lo escuché, agudiza los sentidos. Me contaba mi padre un caso del que fue testigo en el bar que regentaba, en el Madrid de la posguerra, en relación con la picaresca y la lotería. En el bar alternaba, siempre que las pocas pesetas de las que disponía se lo permitían, una conocida persona iba a tomar una copa de orujo, después de haber hecho algún servicio con su envejecido carretillo de mano. Un año, al acercarse el Sorteo de la Lotería de Navidad, mi padre observó que (llamémosle Antonio) vendía participaciones entre la clientela del bar. En éstas, mi padre conocedor de los pocos medios de que Antonio disponía, que seguro no le daban para comprar los décimos que debían respaldar las participaciones que ponía a la venta, y dado la confianza que tenía con él, le dijo: "Antonio, a mí no me engañas; tú no has podido comprar la lotería que estás vendiendo en participaciones. ¿No te das cuenta de que si por casualidad sale el número, que no has comprado, y toca, vas de cabeza a la cárcel?". Y Antonio respondió: "Mira Baltasar, que así se llamaba mi padre, solamente he hecho participaciones por un importe de 500 pesetas, a 5 pesetas cada una. Con el carretillo de mano no saco ni para pan y de esta forma, si el número que vendo no es premiado, me compro un macho y un carro y así puedo hacer viajes de mayor enjundia. Y si toca pues... que me lleven donde quieran, ya que no tengo donde caerme muerto". Mi padre siempre pensó que los que le compraban la lotería, conocedores de la precariedad en la que Antonio se movía, sospechaban que no tenía el respaldo del décimo pero, como era una buena persona y con mucha necesidad, hacían una obra de caridad. Creo que, aunque era poco practicante, se debió de pasar la noche rezando las pocas oraciones que conocía para que no saliera premiado el número que se había inventado y plasmado en las participaciones. Al finalizar el sorteo, que había estado escuchando en la radio con la boca seca y el culo prieto, por miedo a que saliera el número que había vendido y una vez pasado el susto y unos pocos días después, con las 500 pesetas de la época, vio cumplido su deseo y se compró un macho y un carro lo que le mejoraron sustancialmente la vida.
Esto que les cuento no tiene nada de cuento, aunque haya sucedido en la Navidad de hace muchos años. El resto, ya se sabe, apelando a la repetitiva frase de: "No hay mejor lotería que el trabajo y la economía", o la otra que compite con la anterior: "Lo importante es que tengamos salud". Entonces,... ¿para que coño jugamos?
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