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La pulsera Fixoflex

Muchas de la personas, sobre todo del género masculino, al leer el título de esta columna, les vendrá a la memoria el archirecordado nombre de la pulsera, quizás la más famosa y demandada que yo haya conocido. Me estoy refiriendo a la pulsera FIXOFLEX.

Archivado en: Maximino Cañón, pulsera Fixoflex

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Maximino Cañón
14/9/2018 - 03:30

La actualización del recuerdo aparece al mantener una de las muchas conversaciones que, sobre lo que acontece al lado de nuestra maltrecha, Estación de Matallana, (hoy FEVE), llevamos a cabo cada vez que entro en la Relojería del inolvidable ‘Julio García', hoy regentada por sus hijos Pablo y Victoria. Pablo, a pesar de ser mucho más joven, guarda también en su memoria imborrables recuerdos vividos y oídos de aquellos tiempos en los que los relojes y las pulseras tenían un protagonismo inigualable y no quiere que, de ninguna manera, queden en el olvido.
En este caso, y con motivo de la presencia de unos cuantos relojes con la maquinaria mecánica de entonces que se exhiben en el escaparate llamando la atención de los clientes y viandantes, salió a colación una de esas anécdotas que denotaban la picaresca como algo presente en nuestras vidas refiriéndonos a la pulsera reina de los años 50 y 60 ó más, la Fixoflex. No diré que se las quitaban de las manos, porque la verdad era que se lucían en las muñecas, pero casi. Eran de un resultado extraordinario que sobresalía del resto al ser, creo, la primera pulsera extensible que se hizo popular sin distinción de clase alguna.
Canarias y las ciudades de Ceuta y Melilla eran los proveedores habituales a través de los soldados destinados a esas localidades los cuales, a la hora de licenciarse, traían con orgullo, junto con un reloj de marca Cauny Prima o Dogma, una pulsera Fixoflex para sus padres. La anécdota a resaltar fue que cuando un viajante ofertaba la prestigiosa marca lo hacía regalando una pulsera por cada diez que el relojero compraba. Hasta aquí todo perfecto. Pasado el tiempo uno de aquellos viajantes, amigo del relojero en cuestión, le confesó el secreto de la promoción. El misterio consistía en que, con el fin de hacer más atractiva la oferta de venta, (1 por cada 10), el viajante antes de hacer la entrega se tiraba la noche quitando dos eslabones a cada pulsera para, de esta forma, las diez pulseras se convirtieran en 11.
Después llegaron los ofertones, para vender más, pero ¡dónde vamos a parar!, ‘ni color' con el ingenio aquel...

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