El médico, junto con el maestro y el cura, aunque este último no curara como el médico, impartía regañinas y consejos y, cuanto se le requería, ungía con la ‘Extremaunción' a quienes estaban a punto de abandonar este mundo. Cada uno, junto con las visitas periódicas de la Guardia Civil, cumplía con las funciones encomendadas.
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Maximino Cañón
27/4/2018 - 03:30
El doctor velaba para que los habitantes gozaran de buena salud a pesar de los pobres emolumentos que percibía, producto de las humildes avenencias que los vecinos le procuraban, como compensación a su atención y disposición sin límite en cuanto al número de visitas o consultas. Se llamaba Pepe y era el presidente del pueblo y protagonista de lo que voy a relatar, un hombre querido y con mucha chispa para pasar un buen rato en su compañía al lado de un vaso de vino y de un pitillo de picadura, el cual, al gozar de una larga soltería, compartía su vida en compañía de su madre viuda y un hermano aquejado desde pequeño de una alteración genética que le acompañaría hasta el final de sus días.
El popular ‘Pepe', también era conocido por la facilidad con que, al decir de los demás, bajaba los santos del cielo al menor contratiempo. A pesar de ello gozaba de un especial cariño entre los curas debido a la bonhomía que desprendía y a la ausencia de malicia que contenían sus expresiones. Un día en el que trataba de que un ternero mamara de la vaca y, ante la negativa de este de mamar de la vaca, Pepe le dijo a su madre que le trajera un biberón para alimentarle con leche maternizada para ternero. Mientras él esperaba la llegada del biberón, sujetando al ternero, sin percibirlo, llegó D. Samuel, el cura del pueblo, y conocedor del pronto que Pepe tenía, se le puso detrás sin decir nada a la espera de que terminara la faena para comentarle algo, cuando al hacer un movimiento el ternero hizo que Pepe mirara para abajo, el cual, cansado de esperar por el biberón, advirtió la sotana, y, creyendo que era el vestido de su madre (casi siempre vestía de negro), sin mirar para atrás manifestó, después de unos cuantos exabruptos: ¡Pero madre!, no ve que estoy sujetando al ternero para darle el biberón y usted tiene los santos ... ‘cuajos' de quedarse mirando sin echar una mano, a lo que el cura no tuvo más remedio que identificarse y pedir perdón por su presencia sin avisar.
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