Es difícil escribir cada año sobre lo que estas fiestas han representado y representan en la actualidad. Cualquier fiesta o celebración es siempre bien recibida. Éstas, es decir las navideñas, tienen un componente añadido cual es el de la nostalgia y de la alegría, a partes iguales. El inevitable el recuerdo de los que faltan, y que ya nunca más volverán, que aunque, sin el mismo peso, intentamos que las lágrimas se conviertan en sonrisas, repartiendo besos por doquier (quien tenga a quien dárselos) mientras transcurre la celebrada ‘nochevieja'.
Archivado en: Maximino Cañón, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo, minifaldas, turrón, uvas
Maximino Cañón
29/12/2017 - 01:10
Hay quien, al no alcanzar la edad de echar ‘canas al aire', se tiene que conformar con jugar una partida de cartas en familia o viendo los programas especiales que ese día emiten las cadenas para hacer más llevadera la noche después de tomar las uvas.
Al día siguiente, siguiendo la celebración alimenticia, se intenta dar al traste con las sobras de la noche anterior, a todas luces excesivas. Las prendas de vestir avisan de que están a punto de rebasar los límites correspondientes a las tallas originales. Te consuelas diciendo, o que te digan: "Total, un día es un día, cuando la verdad es que no es un día, sino una sucesión de ellos. Nunca entenderé (ni entiendo) porqué esos días se tiene que comer, casi a la fuerza lechazo, besugo, angulas y cualquier divinidad que, en el fondo, muchas veces nos resbala. Que conste que me estoy refiriendo a esa parte de españoles que, por una circunstancia u otra, puede elegir el qué comer; no a los que, por una mala situación en la vida, la suerte no les ha sonreído y la situación, tanto en esos días como en los restantes, es otra.
También los caldos (antaño conocidos simplemente como vinos). Quién no hace una excepción (o dos) regando los excepciónales alimentos con un buen vino de la tierra, del Bierzo o de Rioja, y sin que en los postres nunca falten, además de los turrones y dulcería sin límite para la familia en general, unas cuantas botellas de sidra asturiana y, últimamente también de cava, a poder ser, de bodegas no separatistas.
Después de las campanadas vienen las prisas para cambiarse de ropa, sobre todo la gente joven, y a lucir al palmito bailando esas canciones y ritmos que durante el año no se han casi escuchado y menos bailado, para terminar, o no, con esa que dice "quién pudiera tener la dicha que tiene el gallo racatapum chinchín..." o con Paquito el Chocolatero.
Posteriormente llega el momento de escuchar la temida frase que los padres dedican, o hemos dedicado, a los hijos a la hora de emprender la salida: ¿a ver a que hora vais a venir? Porque ya sabéis que ni tu madre ni yo pegamos ojo hasta que no os vemos entrar por la puerta en buenas condiciones, y "quítate esa minifalda que vas enseñando todo el culo".
Eran otros tiempos piensa la madre que, lanzando el capote en defensa de la niña en su primera salida, se encara con el marido diciendo que, ¿es que nosotros no fuimos jóvenes? Y así empieza el Año Nuevo y otra vez a sufrir, ¡¡¡Feliz 2018 a todos!!! Y... a los separatistas también.
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