Esta figura en la actualidad sigue teniendo vigencia aunque, en la mayoría de los casos, con menos imaginación. La cosa viene de tiempos inmemoriales. Siempre aparte de la humanidad llamada civilizada se gustó aparentar, frente al prójimo, lo que no era o no tenía, atribuyéndose méritos, escala social o amistades de ‘postín' que sólo existían en la mente del, llamémosle, ‘aparentador'.
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Maximino Cañón
20/10/2017 - 02:20
Unos lo hacen exhibiéndose en un coche de alta gama, aunque sólo hubieran hecho frente al primer plazo y otros, mostrándose en público junto a personas, que, el cree, le dan lustre social por tratarse de políticos notables o por ser gente de alta ‘alcurnia' en tiempos pasados en los que sólo con tener un apellido boyante se te habrían las puertas en casi todos los lados.
El caso que trato de transmitir se refiere a como se presenta uno en sociedad atribuyéndote lo que no eres o bien presumiendo de lo que no tienes. Esto que voy a contar, como tantas otras historias que se guardan en la caja de los recuerdos vividos o escuchados forma parte de mi acervo anecdotario, como les pasará a muchos de los lectores. Como he venido comentando el aparentar, o el figurar, es parte de la condición humana. Lo que voy a relatar tuvo lugar en un pueblecito de la montaña leonesa, a principios del siglo pasado, cuando el único medio de información de lo que pasaba en el mundo se transmitía a través del servicio de ‘Correos'. Solamente había un vecino que recibía información mediante un periódico o revista, posiblemente con una periodicidad mensual, lo que le hacía estar por encima del vecindario en cuanto a conocimiento y amistades se refería. El vecino en cuestión, vamos a llamarle Manolo, estaba al tanto de cuantos nombramientos se producían en los gobiernos de turno en Madrid. Acto seguido, y dotado de la sagacidad de buen montañés, le enviaba una carta al recién nombrado ministro felicitándole por el nombramiento. A los pocos días el cartero, impresionado por el remitente con sello del mismísimo Ministerio, le entregaba una carta en la que el ministro le agradecía su felicitación por el reciente nuevo cargo, dándole a la vez las gracias. Como si fuera pólvora, corría por todo el pueblo la noticia de que el ministro se escribía con Manolo. Esto, para que ahora saquen pecho y presuman los de la capital, decían. Y mientras tanto, y por si acaso, todos firmes.
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