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Navidades en mi recuerdo

Son tantos como años tiene uno, pero lo que más nos viene a la memoria son aquellas fiestas navideñas vividas con quienes ya no están en este mundo o con los que, ahora, por vicisitudes del mercado laboral y de nuevas situaciones familiares, se encuentran lejos de nosotros. Es verdad que casi todo suena a repetitivo, pero también es repetitivo el comer y lo hacemos todos los días (la gran mayoría) sin cansarnos. El sorteo de la lotería de Navidad marcaba el inicio de las vacaciones. ¡No había clase! Y pegados a la radio escuchábamos a los ‘niños de San Ildefonso'cantar ‘el gordo' que, normalmente, como es lógico, nunca tocaba a nuestra familia aunque nos divertíamos viendo u oyendo a los agraciados. Cuando tocaba a mucha gente, nos congratulábamos diciendo: "Este años ha caído muy repartido" y así, entre acontecimiento y acontecimiento, entrábamos en las esperadas fiestas.

Archivado en: Maximino Cañón, Navidad

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Maximino Cañón
24/12/2016 - 01:10

Después olías en casa los preparativos que las madres, entonces pocos hombres cocinaban o ayudaban en la cocina, para la cena de la Nochebuena. Como era de esperar el turrón acaparaba, junto con algunas viandas que no se comían en el año, la atención por nuestra parte, pues se trataba de algo verdaderamente de consumo extraordinario. Lo ideal, y para pasarlo bien, era juntarse mucha familia. Nosotros como éramos pocos, mis padres, mi hermano Luis y yo, ante la falta de bullicio nos mirábamos circunspectos mientras cenábamos esperando el turrón aderezado con sidra ‘El Gaitero', el champán o el cava era de otras galaxias. Al finalizar la cena emprendíamos camino a casa de algunos amigos del barrio. En este sentido no puedo dejar de mencionar a una familia que nos recibía con lo brazos abiertos, era la de Vicenta y Simón, padres de nuestro amigo Simón Ángel y de sus hermanas Reyes y Dulce. Allí, con la mamá Vicenta a la cabeza, se cantaba, se contaban andanzas, se bailaba, se reía y, como decíamos por entonces, se organizaba un jolgorio digno de tan venerada fecha. En definitiva, la casa de Vicenta y Simón, se convertía en un verdadero Belén por la alegría sana que irradiaba. Así, de esta manera, disfrutábamos hasta altas horas de la madrugada.
Otros años la citada festividad la celebrábamos en casa de mis tíos, Adoración y Herminio, que junto con los seis hijos habidos del matrimonio, mis padres y nosotros dos, lográbamos un quórum más que suficiente para la diversión y, sobre todo, para echar el pitillo de rubio que ese día, ¡como excepción!, nos dejaban fumar en los albores de la adolescencia, (entonces no se fumaba delante de los padres hasta venir licenciado del Servicio Militar). En el fin de fiesta, allí la cosa cambiaba y el cenit lo constituía la partida a las cartas, de las que mi tío era un ferviente practicante y buen jugador, y en la que participábamos toda la familia y en la que mi tío, sin piedad familiar, se erigía normalmente en vencedor, dirigiéndose a los perdedores con la celebre expresión de ganador: "Es que nos las sabéis tener". A continuación, todos a dormir, para, al día siguiente, confrontar con los amigos la hora hasta la que habíamos aguantado sin ir a la cama. Y así, de esta guisa, a esperar la Nochevieja.
Y como decía una persona mayor en aquellos años: Hay quien ha pasado muchas Navidades, pero pocas Noches Buenas. Y como no nos habrá tocado el gordo de la lotería: ¡¡¡Felicidad para todos!!! Que eso no cuesta.

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